Expansión urbana de América

 Transferencia de experiencias y primeras fundaciones

 

            Las corrientes colonizadoras ibéricas, trajeron consigo, además de su religión y su concepción del honor y comportamiento social, todas sus experiencias arquitectónicas (los modelos teóricos del renacimiento, las antiguas tradiciones romanas, los principios de la ciudad ideal cristiana) confluyendo así, en la creación urbanística de una América Latina por demás ecléctica y variada.

            Se inició, primeramente, con la clásica demarcación romana del damero urbano (piénsese en la forma del casco viejo de Montevideo, para tener una idea más clara), los ejes cruzados, las cuatro puertas de acceso y los amanzanamientos cuadrados o rectangulares, elementos indispensables para la elaboración del plano urbano que, por supuesto, fueron incorporados en las Leyes de Indias (españolas) de 1680. Existe entonces, la conciencia de la importancia de planear antes de construir (heredado, principalmente del Renacimiento) con un núcleo generador del cual parten las calles sistematizadas, la plaza.

            No existen pruebas consistentes que aseguren que se hallan utilizado sistemas precolombinos para influir en los nuevos diseños.

            La importante escala geográfica que significaba América, provocó la necesidad de ampliar las dimensiones de los terrenos y favoreció a la implementación de políticas más favorables de repartición del suelo.

            Las principales funciones de estos conglomerados urbanos eran las de ser centro administrativos de las explotaciones agrícolas y ganaderas.

            Por supuesto, hubo casos de re-utilización directa de la ciudad indígena (como sucedió en las ex-capitales inca y azteca), lo que supuso la adaptación de la morfología urbana existente y la expulsión del indígena del área central, lo cual marca la obvia segregación social que se mantiene hasta la segunda mitad del siglo XVII.


Estructura interna de la ciudad colonial

           

Como ya se dijo, el área central se estructura siempre en torno a la plaza mayor, la cual está rodeada por los principales edificios públicos. La plaza era el espacio provisto por la conjunción de actividades comunes, pero su forma y localización estaba subordinada a las características de los edificios dominantes, generalmente, de un lado la Catedral de la ciudad y frente a ella, el edificio de gobierno (pensar en la Plaza Matriz de Montevideo). De la plaza  partían los trazos de las calles, entrecruzadas, que eran las consecuencias de la interacción de las viviendas. El tamaño de la plaza estaba definido por la importancia de la ciudad y generalmente, marcaba el centro de una conjunción de círculos concéntricos urbanos que, comenzaban desde los solares de mayor jerarquía y más “urbanizadas” (más cercanos al centro), hasta las viviendas más sencillas y de carácter más urbano (en la periferia y en las afueras de la ciudad). Quedaba aquí definida, una zona intermedia.     

 

La Arquitectura Contemporánea 1930-1980

 

 

Es característico de períodos anteriores, que se continuó hasta mediados del siglo XX, el concepto de monumentalidad, que puede observarse en los edificios de poder (Casas de Gobierno), centros educativos (Universidades) y las áreas de la economía (Bancos). El estilo predominante en la arquitectura política, en los primeros decenios del siglo XX, fue el neoclásico (retoma ciertos aspectos de la arquitectura griega clásica, ejemplo: columnas y fachadas, pensar en edificios como el palacio legislativo). Esta rama de la arquitectura  se vio también influenciada por los regímenes fascistas de Alemania e Italia, que buscó un estilo más bien solemne, recio, frío y sobrio. Es importante ver como estos estilos reflejaron (y reflejan) un cierto aire de respeto y magnificencia, buscando elementos que simbolicen un Estado fuerte y competente, que apunta hacia lo europeo, hacia la competencia internacional, dejando un poco de lado a la educación y la cultura, hechos que fueron acompañados por los crecientes populismos latinos.

Ya en las décadas del ’30, se observó la implementación de los primeros indicios del “art déco” (se da hasta casi mediados de siglo), un estilo racionalista, que surge más por criticar a las formas anteriores, que por afianzar sus propios postulados. Se caracteriza por ser un estilo mucho más “limpio” (carente de ornamentos), internacional, distinguido por los estilos de edificación en forma poliédrica (llamado por algunos como estilo de “caja de zapatos”), también por el uso de la forma de “barco”, o “arquitectura naval”, la proliferación de ventanas en forma de ojo de buey, formas curvadas, fachadas con formas de proa, etc.

Es interesante, a modo de comentario, como se veía el estilo moderno en aquella época, se decía que este surgía por convicción, por snobismo o por haraganería, se decía también que éste último era el motivo más usual. Esta negativa al nuevo estilo era implementada por la adhesión de las facultades de arquitectura a los estilos más convencionales, el elemento que le dio oportunidad a este nuevo estilo fueron las revistas informativas de arquitectura.

            En el “último ciclo de la arquitectura americana” del siglo XX, de 1950 hasta 1980 (aproximadamente), se implementan unas nuevas bases de estilo, mucho menos influenciadas por lo histórico y más cargadas de desafíos coyunturales, inspirados por la continuidad de la dependencia cultural y se centró en los objetivos de “parecerse lo más posible a” y dejar un poco de lado el concepto de identidad. El objetivo era pues, acercarse lo más posible a las nuevas concepciones norteamericanas y europeas, copiar y seguir patrones pre-establecidos (se concebía a la arquitectura de revista, como buena arquitectura).

Las dos primeras décadas de este período (1950-70), estuvieron muy marcadas por las identificaciones lineales de las propuestas de los “maestros” de las primeras tres generaciones.

La implementación de nuevas tecnologías sugirió una tendencia hacia la creación en serie, esto,

 

además, marcó una importante diferencia entre los países que podían llegar a estas nuevas tecnologías (lo que les exigía cierto grado de desarrollo industrial) y los que no. “El Jet-set arquitectónico nos obnubila y nos vuelve a convertir en aquellos “simiescos analfabetos culturales” que plagiaban hace casi un siglo atrás las mansardas en lugares cálidos y los grandes ventanales en cielos brumosos y frígidos” (Gutiérrez, 1997, p. 602)

 

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