Una mirada a la obra de Alexis de Tocqueville Primera parte
Una mirada a la obra
de Alexis de Tocqueville
Primera parte
Por Jonathan Arriola
1.- Introducción
El escritor francés Alexis de
Tocqueville sin duda merece el lugar destacado que tiene entre los teóricos
políticos del siglo XIX. Autor de diversos textos, fue “La Democracia en América”, publicado en 1840, la obra que, en parte
por su notable calidad y en parte por ser históricamente oportuna, dio a
Tocqueville una amplia notoriedad, incluso más allá de los estrechos círculos
académicos. No es para menos. En ella, Tocqueville ofrece uno de los estudios
más extensivos, profundos e intelectualmente afinados sobre el funcionamiento
de la, en ese entonces “novel”, democracia en los Estados Unidos que se hayan
escrito. De hecho, tan atinado resultó ser su estudio que muchas de las
características que Tocqueville describió de la democracia norteamericana son
plenamente reconocibles en los Estados Unidos contemporáneo.
El hecho de que haya logrado
retratar a la democracia norteamericana con tanta exactitud cobra su real
dimensión en la medida en que tomamos en cuenta el particular contexto en el
que el autor escribió.
En ese sentido, es de
recordar que mientras Estados Unidos había optado tempranamente por la
democracia y el republicanismo, Europa todavía se debatía entre la Revolución y
el Ancien Régime. En el Viejo
Continente, la democracia, más allá de algunos casos contados y algunos
efímeros ensayos, como el holandés, era un régimen político que se conocía y se
estudiaba básicamente en el papel. Y ello es peculiarmente cierto sobre todo a
partir de la Ilustración que, en el marco de su enciclopedia y de su compromiso
político con la igualdad y libertad, había impulsado un gran número de estudios
sobre las distintas formas de gobierno, especialmente sobre la democracia.
Aunque para el siglo XVIII la preocupación intelectual por la democracia era de
una envergadura jamás vista, el problema de cómo éste régimen político, que en
la historia de la humanidad había sido bastante excepcional y que sólo había
florecido en plenamente en Atenas, podía adaptarse a la Europa de la época, con lo que ésta
tenía de plural y compleja, era un misterio con el que sólo los filósofos más
radicales del Iluminismo, como los Diderot, los d’Holbach, los Reynal o los
Helvétius, se animaron a especular.
En ese contexto, y a tan sólo
unas pocas décadas después del Iluminismo, se daba la oportunidad inédita y
privilegiada de dejar el papel a un lado y estudiar el funcionamiento de un
régimen democrático de “carne y hueso”, instalado en plena Modernidad. En
efecto, del otro lado del Atlántico, los Estados Unidos se convertían en el
primer país en la historia moderna en optar por la democracia republicana como
régimen político. La independencia estadounidense era para ilustrados y
liberales ése hijo esperado, como el que la Francia revolucionaria había soñado
ser y no había podido concretar, y al que, por ello mismo, debía seguirse de
cerca y con especial atención.
Pero el peculiar caso
americano no despertaba expectativa sólo del lado de los revolucionarios,
liberales e ilustrados. También lo hacía del lado de los anti-democráticos y
abogados del Antiguo Régimen. Tanto para sus defensores como para sus
detractores, la experiencia democrática de los Estados Unidos era una suerte de
ensayo de laboratorio que ayudaría a despejar todas las dudas acerca de los
males y las bondades, las virtudes y los vicios de la democracia como régimen
político universal.
En ese marco, Tocqueville se
propondrá escribir una obra con el cometido de arrojar luz sobre las ventajas y
desventajas de ése régimen. La obra de Tocqueville estará imbuida de un
espíritu de expectativa e incertidumbre, de entusiasmo y escepticismo en la
medida en que, como señalásemos, la democracia era un régimen conocido
solamente ya fuera en la teoría o a través de experiencias bien remotas en el
tiempo. Es así que se volcará a explorar la ingeniería institucional de la democracia,
sus tensiones internas, su impacto y relación con la sociedad civil y, haciendo
un ejercicio temprano de política comparada, la contrastará con el Antiguo
Régimen.
Es de recibo señalar que,
dado el origen francés del autor, la obra se piensa desde y para la
problemática francesa de la época, que aún tenía un porvenir incierto. Lo que
quiere presentar Tocqueville es una “radiografía” de la democracia
estadounidense que aporte sensatez y respaldo empírico a la encendida discusión
política que estaba teniendo lugar en su propia tierra.
2.- Los
“puntos de partida” socio-históricos de Norteamérica
En
general, “La Democracia en América”
presenta un fuerte tono legalista. En tanto aristócrata liberal, la
preocupación de Tocqueville está dominada por echar una mirada al arreglo
institucional y jurídico de la democracia norteamericana; una preocupación que
seguramente heredó del influyente “Espíritu
de las leyes” de Montesquieu. Es así que Tocqueville dedica una buena parte
de su obra al estudio de las instituciones, su diseño y articulación con los
otros organismos, su funcionamiento interno, sus competencias y su interacción
con la sociedad civil. De particular interés le resultaba a Tocqueville el
estudio de las instituciones federales, dado que el federalismo a la americana era un fenómeno
totalmente nuevo para la concepción jurídica de la época. Esta deconstrucción y
análisis legalista de las instituciones quizás sea de las partes más teóricas
del libro y puede resultar un poco densa para quien no esté familiarizado con
el vocabulario técnico.
Desde el
inicio, Tocqueville deja en claro que, como el título mismo de su texto lo
indica, realizará el estudio, no de cualquier democracia, sino de una
democracia en particular: la democracia en América. El hecho de reconocer que
la democracia tiene un modo de ser específico en los Estados Unidos, revela
que, de alguna forma y al menos en esta primera parte de su texto, el autor es
consciente de que más allá de que la
democracia es un régimen de alcance universal, como toda creación humana,
también está ligada a la constitución cultural e histórica de un pueblo o de
una nación en particular. Dicho de otro modo: para Tocqueville, atendiendo a la
fisonomía cultural del pueblo americano, los males o bondades de la democracia
americana no tienen por qué ser los males o bondades de la democracia en sí o viceversa. De allí que, primeramente,
el autor se avoque a rastrear los principios culturales y económicos que
caracterizaron a las trece colonias originarias y su impacto sobre la
constitución política estadounidense, una vez alcanzada la independencia de
Inglaterra y de la concreción de la Federación.
Como dice
Tocqueville, el pueblo norteamericano tenía para el investigador político y
social una ventaja fundamental: “América
es el único país que ha permitido asistir al desarrollo natural y tranquilo de
una sociedad, y en el que se ha podido precisar la influencia del punto de
partida en el futuro de los Estados”. Aunque señala muchos más, aquí
veremos tres de esos “puntos de partida” histórico-sociales de Norteamérica
que, a juicio de Tocqueville, marcarán su desarrollo político de forma
considerable.
a.- La esclavitud
Para
Tocqueville, en los Estados Unidos existen dos “brotes” sociales distintos que
pautaron la evolución de ése país: uno en el Norte y otro en el Sur. La
variable que determinará una diferencia notoria entre esas dos regiones, en
términos políticos, culturales y económicos, es, nada menos, que la
introducción de la esclavitud.
La
esclavitud fue introducida tempranamente en el Estado de Virginia, primera
colonia inglesa fundada en 1607. En un principio, ella servía a la vertiginosa
búsqueda de oro y plata impulsada por varios países europeos que procuraban
enriquecerse de esa manera. Así, el afán de lucro rápido, y no ningún principio
abstracto o ideal, marcó desde el inicio el carácter del Sur. A ello debe sumarse
que ésos emigrantes eran más bien gente aventurera, con poca educación y de
escasos recursos.
Con la
introducción de la esclavitud, argumenta Tocqueville, se generó entre los
habitantes del Sur ocio y un desdén por el trabajo en aquellos hombres que se
descansan en el trabajo del otro, apagando la inteligencia y generando, en
contrapartida, ignorancia y orgullo. El resultado natural de ello es la
gestación de una cultura de carácter más conservador en política, puesto que
tenderá a bregar por ése status quo que
le favorece, y obviamente de menor empuje económico; algo que, valga decir,
caracterizará no sólo a Virginia sino a la mayoría de los Estados del sur, que
compartieron con ésta más o menos las mismas características.
Algo
completamente diferente, empero, sucedió en el Norte, sobre todo con la colonia
de Nueva Inglaterra. Allí, en contraste con el Sur, los emigrantes provenían de
clases acomodadas y bien educadas. No era la necesidad lo que los obligaba a
cruzar el Atlántico, sino que era, en palabras de Tocqueville, “el triunfo de
una idea”, de un ideal religioso y/o político, su principal motivación. Quería
crear un nuevo mundo. De ese modo, y aunque con el mismo “background” inglés que el Sur, el Norte tomará un curso distinto en
la medida en que optará por afiliarse al liberalismo y abolir la esclavitud
rápidamente, ahorrándose así todos los males vinculados a ella.
Estas dos
culturas distintas engendradas en el seno de la nación norteamericana son las
que sin duda estarán detrás de la guerra civil de 1861.
b.- La educación
Un segundo
punto de partida en la historia americana es el de la educación. Precisamente
porque en su mayoría los habitantes de la nación habían emigrado de su país de
origen por razones económicas, Tocqueville advierte que en América predomina un
nivel socio-económico medio-bajo o bajo. Dado que la necesidad económica pauta
su vida, los ciudadanos de América se caracterizan por lanzarse tempranamente
al estudio del primer oficio que les sea económicamente más redituable. En
América, no se estudia porque se busca el desarrollo intelectual; es más, el
concepto mismo es bastante raro entre los americanos, sino, antes bien, porque
se quiere progresar materialmente. Del mismo modo, cuando lo que se elige no es
un oficio, sino una ciencia, se elegirá aquella que haya demostrado tener una
mayor utilidad. En ese sentido, dirá Tocqueville, que en país norteño “Se elige una ciencia como se elige un oficio”.
En
América, dice Tocqueville, las personas, al contrario de lo que sucede en
Europa, se dedican al estudio desde temprano, con la esperanza de lograr el
ascenso social mediante el dominio de una profesión. En consecuencia, apunta
Tocqueville, durante los años de estudio, los estudiantes son muy jóvenes y
cuando llegan a la madurez, y con ella el tiempo libre, el interés por el
conocimiento, así como el mismo entrenamiento intelectual requerido para ello,
se extinguen o enfrían. Es así, dirá Tocqueville, que en los Estados Unidos
impera un nivel de conocimientos medios.
Quizás, y
aquí nos apartamos explícitamente del texto, sea ése tiempo ocioso el que esté
detrás de la emergencia de una gigantesca industria del entretenimiento que,
tanto en los Estados Unidos como en otros países, se ha logrado constituir en
un sector considerable de la economía contemporánea. Sin embargo, y más allá de
ello, tal vez más alarmante, advierte Tocqueville, sea el hecho de que ésa
situación genera que el conocimiento no sea visto como un placer en sí mismo,
que alimenta el espíritu y posibilita el desarrollo personal, sino como un
instrumento, siempre supeditado a algún otro fin último y superior.
Precisamente
aquí, y permítasenos el excurso, Tocqueville está atestiguando el nacimiento de
un fenómeno que verá su desarrollo pleno para las postrimerías del siglo XX. En
la medida en que se masifica y se alía con la industria, la ciencia, poco a
poco, se va deslindando del ideal racional-humanista construido por el
Renacimiento y reforzado por “Las Luces” y comienza a legitimarse a partir de
su rendimiento práctico, es decir, en tanto productora de conocimientos aplicables. Esto evidencia un proceso por el cual el
conocimiento se subordina exclusivamente a la acumulación económica; algo que
remembra lo que el filósofo posmoderno Jean-François Lyotard conceptualizó como
“principio de performatividad”. Seguramente haya sido esa condición social y
económica humilde la que favoreció la prematura aparición en los Estados Unidos
de los primeros síntomas de esa nueva “ciencia posmoderna” que, hay que
señalar, no será patrimonio exclusivo de ése país sino del Occidente entero y
más allá.
c.- La religión
Ninguna
descripción sobre los orígenes de los Estados Unidos estaría completa sin hacer
referencia al punto de partida religioso. En ese respecto, Tocqueville señala
que la religión en América atraviesa todos los sectores de la sociedad,
moldeándola.
La primera
cosa que sorprende a Tocqueville con respecto a la religión, es el hecho de que
el cristianismo, si es que se puede hablar de “el” cristianismo, de Estados
Unidos es aliado natural de la libertad y de la igualdad, exactamente lo
contrario de lo que sucede en la Europa continental. Según Tocqueville, dos son
elementos contribuyen a ello.
En primer
lugar, el autor explica que ése gusto por la libertad e igualdad que
caracteriza a la religión en América procede en parte, y para decirlo lisa y
llanamente, de un “trauma histórico”. En efecto, los colonos que ocuparon el
territorio norteamericano eran principalmente personas que habían sufrido ya
fuera confiscaciones, y persecuciones por temas religiosos en su madre patria,
ya fuera Escocia, Inglaterra o inclusive Francia. Esa mala experiencia que
vivieron en sus países natales imprimió en esos colonos fundadores de Estados
Unidos una desconfianza con el Estado y, más genéricamente, contra todo poder
no sometido a mecanismos de contralor. Ello se traducirá en una cultura que
concentrará sus esfuerzos en prescindir del poder gubernamental, que será
especialmente recelosa con la propiedad privada y que instrumentará un arreglo
institucional con miras a reducir el ratio
de acción del Estado al mínimo indispensable.
En segundo
lugar, que el cristianismo de América sea solidario con la libertad e igualdad
responde también al hecho de que en la propia doctrina religiosa habitan
elementos del todo favorables a dichos principios. En efecto, como pone de
relieve Tocqueville, en esa región del planeta, la religión no es simplemente
una doctrina que regula la vida espiritual de quien a ella adhiere; es mucho
más. Para Tocqueville, entraña también determinadas consecuencias políticas, en
tanto defiende a capa y espada la noción de individuo, de contrato social y de
respeto por los derechos y deberes de aquellos que lo consignan. Oportunamente
recuerda el famoso episodio de 1620 en donde los emigrantes, en su mayoría
puritanos, recién llegados a tierras norteamericanas, deciden hacer un acta, a
modo de “primera constitución”, mediante la cual se comprometen, ante sí mismos
y ante Dios, a constituirse como una sociedad política, procurando respeto y
sumisión por la ley y los magistrados.
Más aún,
Tocqueville remarca que “El puritanismo
[…] en muchos puntos se identificaba con las teorías democráticas y
republicanas más radicales.” Ello se explica porque, entre otras cosas,
éste favorecía la idea de que la fuente ulterior del poder de los gobernantes
radica en la voluntad popular, más que en una delegación divina directa. A su
vez, el puritanismo predicaba que ése poder debía ser depositado a
representantes, elegidos mediante un sistema electivo. A propósito, Tocqueville
destaca cómo para la mitad del siglo XVII en el pequeño y religioso Estado de
Connecticut es constatable el espíritu democrático y republicano. Allí no sólo
son los representantes de los ciudadanos quienes formulan las leyes, sino que
los ciudadanos son absolutamente todos, no un grupo simbólico y privilegiado
como sucedía en Grecia. Del mismo modo, apunta cómo principios básicos como la
intervención del pueblo en los asuntos públicos, la responsabilidad de los
gobernantes, la libertad individual, etc. que los europeos no incorporarán sino
hasta muy tarde ya estaban contemplados en las leyes de Nueva Inglaterra. Es así,
dice Tocqueville, como “[…] aunque en otros lugares se hicieron a
menudo la guerra, vinieron, en América, a incorporarse en cierto modo el uno al
otro y a combinarse maravillosamente. Me refiero al genio religioso y al genio
de la libertad.”
Este peculiar
complicidad que la religión establece con la política, favoreciendo la
democracia y la república no es menor, puesto que Tocqueville, en el fondo, lo
que nos está diciendo es que, en América, no fue tanto un análisis racional,
como promulgó la Ilustración, acerca de cuál es la mejor forma de gobierno el
que determinó a la democracia como el mejor régimen sino más bien el “instinto”
religioso del pueblo norteamericano.
Más allá
de ello, Tocqueville identifica en la sociedad norteamericana otra característica
distintiva. Por su génesis religiosa, dice, los ciudadanos americanos, sea
consciente o inconscientemente, prefieren dejar el gobierno de la sociedad en
manos de la sociedad y de la cultura más que en las del gobierno propiamente
dicho. Tocqueville habla de que existe en América una especie de reflejo
auto-organizativo que busca regular a la sociedad desde adentro mismo y que
tiende a excluir la intervención del Estado. Es cierto que en América hubo y
hay leyes absurdas y tiránicas, dice Tocqueville, pero también es verdad que a
menudo las leyes sociales, esas que no tiene el poder público detrás, son mucho
más severas. Es así que al individuo se le da mucha latitud jurídica, con leyes que tal vez no
gobiernan más allá de lo necesario, pero muy poca latitud cultural. La
sociedad, a través de numerosas y más variadas organizaciones, busca cuidar que
los individuos no traspasen los estrechos límites de lo que se ha establecido
como lo justo. En otras palabras: es por medio de una moral rígida y poco tolerante,
de inobjetable raíz puritana, entonces, que la sociedad logra auto-regularse y
garantizar su independencia del poder político.
Estudiados los “puntos de partida” socio-históricos
de la sociedad norteamericana y su relación con la democracia, en el próximo
número nos enfocaremos a abordar el peculiar análisis que Tocqueville hace de
la igualdad democrática, sus pros y sus contras, su articulación con el Estado
y la sociedad y sus consecuencias para la libertad y los derechos individuales.
* Licenciado en Estudios Internacionales.
Depto. de Estudios Internacionales.
FACS - ORT Uruguay
Depto. de Estudios Internacionales.
FACS - ORT Uruguay
Comentarios
Publicar un comentario