La filosofía según Heidegger
Por Lic. Jonathan
Arriola
„Das
eigens übernommene und
sich
entfaltende Entsprechen,
das dem
Zuspruch des Seins
des
Seienden entspricht,
ist die
Philosophie.“
Was ist
das -die Philosophie?
Martin Heidegger
1 1. Introducción.-
El texto ¿Qué
es la filosofía? de Martin Heidegger nace
como una conferencia impartida en el año 1955, en Cerisy-la-Salle, Francia. Aunque
es un texto relativamente corto en el contexto de su profusa obra, el filósofo despliega
allí varios de los conceptos y categorías fundamentales que caracterizan a toda
su filosofía pero, en especial, a aquella que desarrolla a partir del llamado
viraje (o Kehre) entorno a los
problemas de la técnica y el pensar, del lenguaje y del destino del ser,
cuestiones indisolubles, para el autor, de la reflexión filosófica.
Por otro lado, para Heidegger, responder por lo
que la filosofía es no es responder simplemente por la identidad de una
disciplina cualquiera. Tampoco es una pregunta que sólo interese al filósofo,
en tanto profesional de la filosofía. De hecho, para el filósofo alemán,
significa, antes bien, responder por la existencia europea occidental, tal y como
fuera concebida originariamente por los griegos. Según él, en tanto
civilización filosófica, la pregunta ¿qué
es la filosofía? ha determinado el destino de europeo desde sus orígenes
mismos. A tal punto lo ha hecho, que cada época de la
historia occidental, como veremos más adelante, puede definirse según cómo ha
entendido y respondido a ésa pregunta. Pero no sólo la ha determinado: a saber, no lo ha hecho únicamente en el pasado. Al
venir desde el fondo de su existencia, en esa pregunta, argumenta Heidegger, se
decide también el presente e incluso el futuro del Occidente. Lo que sucede es que la relación del Dasein con el ser, con los entes y, por
supuesto, consigo mismo, son pautas por la reflexión filosófica puesto que
justamente la tarea de la misma consiste, para Heidegger, en corresponder, de
forma expresa y auténtica, al llamado del ser del ente. Un llamado que, según el estado de ánimo dominante de una época,
puede cobrar diversas formas.
Ahora bien, y antes de pasar a adentrarnos en el
análisis propiamente dicho del texto, ha de hacerse una advertencia previa al
lector. En este somero texto, el maestro de Alemania, como lo bautizó
Safranski, Heidegger no ofrece ninguna respuesta definitiva a la pregunta por
lo que la filosofía es. Sin embargo, ello no debe ser
tomado como un defecto de la disertación. Todo lo contrario. No está en el
espíritu de Heidegger lograr una respuesta apodíctica. De hecho, admite que su
respuesta no es la única posible, sino que es tan sólo un camino de los múltiples que pueden tomarse para interpretar qué
eso de la filosofía (2004: 30). Como
él mismo señala, al final de la disertación, el cometido del coloquio “[no es]
dibujar un programa de contornos fijos” (2004: 67) sino más bien instar al
lector a “dejarse interpelar por esa pregunta”, tan ancestral como actual.
No obstante, de ningún modo, lo anterior quiere
decir que Heidegger no esboce una respuesta a la pregunta que inspira su
“coloquio”, como él lo llama. En realidad, quiere decir que su respuesta no es
una respuesta esencialista, esto es, una respuesta que intente fijar el ser
mismo de la filosofía sino, más bien, una respuesta funcionalista, en tanto
busca aprehender a la filosofía a partir de definir cuál es su tarea
fundamental: a saber, la de corresponder, en cada época, al llamado del ser del
ente.
2.. Sobre la pregunta por la filosofía.-
Como señalábamos al inicio, el texto comienza
reconociendo la imposibilidad de dar una respuesta definitiva al problema que
se plantea: a saber, el de qué es la filosofía. Heidegger admite que la
filosofía se puede determinar de diversas maneras, todas ellas igualmente
válidas. En vista de ello, lo que hace es proponernos transitar
una determinación en particular, un
camino, a través del cual podamos intentar dar una respuesta concreta y
delimitada a esa pregunta “amplia” y “extensa”.
Ahora bien, ése camino no es un camino que se construya
por fuera de la filosofía, que se dirija
a ella desde el exterior. Al
contrario, de lo que se trata es de introducirse en la filosofía y comprenderla a partir de su interior, de su sí
mismo. Para Heidegger, hay que llegar a la filosofía manteniéndonos dentro de
su propio círculo, lo que implica “demorarnos en ella” y “comportarnos a su
manera”. Dicho de otra manera: para el autor, a lo que la filosofía es se llega
solamente filosofando, puesto que la pregunta – ¿qué es la filosofía?– es, en sí misma, una pregunta filosófica. Esto, como advierte Heidegger, es, sin
embargo, una paradoja. Y así sucede que con la
pregunta por la filosofía se hace filosofía antes
de que se sepa qué es eso de la filosofía. Para ponerlo simple: cuando el
filósofo se formula la pregunta por la filosofía está filosofando, aunque esté
buscando saber precisamente qué es el filosofar.
¿Pero qué quiere decir esto exactamente? Quiere decir que Heidegger, buscando en la pregunta por la filosofía
el «qué» de la filosofía, logra justamente
lo que busca: pensarla a partir de ella misma. No es obligatorio salir del
círculo de la filosofía filosófico para saber qué es. Esa distancia, tal vez
válida para otras disciplinas, es, en el caso de la filosofía, innecesaria. No
se trata de describir a la filosofía como un objeto, como una roca o un árbol,
se trata de captarla desde su entraña.
Pero ¿cómo podemos acercarnos a la pregunta por
la filosofía? El primer paso para lograr movernos en la filosofía, dice el filósofo, consiste en abrirse a la pregunta.
Quienquiera abordar esa pregunta no debe conformarse con el mero acto de
pronunciar la pregunta, así como tampoco de efectuar un acercamiento puramente
racional. Heidegger afirma que, sobre todo, es
requerida una cierta postura, un être
disposé, que permita oír la pregunta, de modo que ésta “[…] nos afecte (nous touche), directamente en nuestro
ser mismo.” (2004: 31).
En la medida en que la pregunta por la
filosofía se comunica con nosotros a través de la afección (Affektion), la filosofía misma aparecería
entonces, o al menos en este primer acercamiento, como relacionada al mundo de
los afectos y los sentimientos (2004: 32). Sin embargo, parafraseando a Andrés
Gide, Heidegger deja este punto bien claro: “Los sentimientos, incluso los más
bellos, no pertenecen a la filosofía.” (2004: 32) En efecto, según el sentido
común, prosigue, los sentimientos son algo por definición irracional. Si damos por sentado, como se ha hecho por mucho tiempo, que la
filosofía es la encarnación del pensamiento racional, entonces, no puede menos
que sentenciarse que los sentimientos no pertenecen a la constitución de la
filosofía, por ser éstos justamente irracionales.
Pero Heidegger se distancia de esa concepción “clásica”
de la filosofía según la cual ésta es meramente la “administradora de la razón”
(2004: 31). Definir a la filosofía como una disciplina de la razón, o ciencia,
es, para Heidegger, no decir nada acerca de ella, ya que enseguida se puede repreguntar
qué es la razón. Resulta así que la sentencia: “la filosofía concierne a la
razón”, es una sentencia vacua puesto que lo que la razón es de ningún modo es,
de por sí, evidente. Lo mismo sucede para el caso de
que definamos a la filosofía como algo concerniente a los sentimientos (o a la
irracionalidad), debido que allí también se “[…] toma lo racional como criterio
de delimitación y, por cierto, lo hace de tal manera que otra vez presupone
como evidente lo que es la razón.” (2004: 33) Seguir por ese camino, entiende
Heidegger, es insistir en un callejón sin salida.
En este punto en particular, Heidegger nos
representa una filosofía que está tan distante de los sentimientos como de la
razón, con lo que en algún sentido volvemos al punto cero. Pero por lo menos
ahora ya sabemos dos cosas: 1) que para descifrar lo que la filosofía es
debemos abrirnos a la pregunta por la filosofía y que ese abrirse consiste en
un dejarse afectar por ella y 2) que sea lo que sea la filosofía, está más allá
de la dicotomía racionalidad versus irracionalidad bajo la que se la ha
caracterizado tradicionalmente.
Sin embargo, aún lidiamos con un problema
fundamental: ¿cómo podemos acceder a la filosofía sino es por medio de la
pregunta? En este punto del texto, la disertación cobra
un giro fundamental. El filósofo
alemán advierte que existe un camino por el cual se puede acceder a despejar
eso que es la filosofía; y ese camino es el que despliega la palabra filosofía
cuando la escuchamos desde su origen griego: φιλοσοφία. Pero no sólo cuando escuchamos la palabra φιλοσοφία. El camino se
abre por completo cuando además atendemos al modo de preguntar, es decir, al «¿qué es…?», que es también, en su
origen, griego: τί έστιν. De modo que “[…] no sólo aquello que es objeto
de nuestra pregunta, la filosofía, tiene una procedencia griega, sino también
la manera en cómo preguntamos, la manera en que todavía hoy preguntamos es
griega.” (2004: 37)
Si para saber lo que la filosofía es debemos
remontarnos obligatoriamente a su origen en la antigua Grecia, entonces la
pregunta por la filosofía se transforma así en una pregunta histórica. De
repente, la pregunta deja de aparecer como suspendida en el aire de la
atemporalidad y de la abstracción para conectarse con el suelo de la historia, asentándose
así en la cosmovisión de un pueblo particular: el pueblo griego. Con ello
Heidegger quita a la pregunta de la indeterminación en la que se encontraba al
inicio y, a la vez, logra imprimirle una dirección precisa. Esa dirección corre ahora por un camino dado por la historia. Pero,
en tanto que camino, la pregunta por la filosofía no sólo tiene un origen sino
también un destino, un “futuro histórico”.
Y esto tiene que ver con lo que decíamos en la
introducción. Por un lado, y en la medida en que se esté en camino, nunca se
podrá responder a la pregunta por la filosofía categóricamente. Estamos en camino, pero no hemos llegado a la meta, ni siquiera
sabemos en qué altura de ese camino nos encontramos (2004: 40). Por lo tanto, la respuesta no puede ser, de
ningún modo, definitiva: debe quedar abierta a sus posibilidades históricas. 2) Por otro lado, este camino, que inicia en la Antigua Grecia,
continúa en el presente y pasa aún por sobre encima de nosotros, indicando su
destino. Para el filósofo alemán, el Occidente aún se encuentra en camino y por
ello su destino se juega en esa pregunta: la pregunta histórica por excelencia.
El ethos de cada época se decide en
la interpretación de esa pregunta, pero sus verdaderas consecuencias metafísicas,
no se revelan sino hasta que se avanza más en el camino.
Pero Heidegger no quiere anticiparse, ya que su
empresa está dirigida fundamentalmente a encontrar cuál es el origen del
camino, más allá de cuál sea su desarrollo futuro. A
partir de aquí, entonces, el análisis de Heidegger se torna explícitamente
histórico-filológico. Lo que busca el autor es hacer que el lenguaje hable y cuente
la historia de la filosofía, según fue concebida en sus inicios. Así como en Ser y Tiempo (1927) anduvo en la búsqueda
del sentido originario del ser, ahora anda en búsqueda del sentido originario
de la pregunta por la filosofía, desandado el camino histórico hasta su misma
incepción. Por lo tanto, hay que replantearse la pregunta, ahora con ojos
griegos. Entonces: ¿Qué es lo que
preguntamos cuando preguntamos «qué es» la filosofía? ¿Qué
es lo «qué es» quiere decir? Heidegger
dice que el τί έστιν remite al término latino de quiddidad.
Aunque cada época y filósofo han esbozado interpretaciones
distintas de la quiddidad, en todos
los casos, esa palabra, dice el filosofo alemán, reenvía a la idea de esencia, por lo que, al preguntar por la
filosofía, preguntamos por su esencia.
Aquí es importante decir que, como apunta el
propio Heidegger, el hecho mismo de que preguntemos de nuevo por la esencia de
la filosofía quiere decir algo más: quiere decir que la filosofía se ha
ensombrecido para el hombre moderno. Si tiene que
replantearse la pregunta por la esencia de la filosofía es porque ésta se ha
vuelto extraña. Y que algo que era familiar despierte el preguntar sucede “[…]
cada vez que la relación del hombre con lo preguntado se ha tambaleado o ha
sufrido alguna sacudida.” (2004:
40) En ese sentido, la relación del hombre con la filosofía se ha vuelto
problemática pero, para Heidegger, decir eso es decir demasiado porque implica
ya tener una “panorámica de la filosofía” pero, en realidad, todavía no sabemos
a qué nos referimos cuando hablamos de filosofía. En
este punto, Heidegger señala que es necesario romper el círculo y volver a la dirección
original, dada por la palabra griega φιλοσοφία.
Como expone Heidegger, para Heráclito, quien
acuñase el término φιλοσοφία por primera vez, filosofía significa amar,
pero en el sentido de corresponder, de hablar tal y como habla el logos (λóγος). La correspondencia, a su
vez, debe estar en armonía con el hecho de que el ente sea en el ser. La armonía que se establece entre el filósofo y el ser es justamente
lo que distingue al amar filosófico, según lo concibe Heráclito.
Para los griegos, todo ente es en el ser. Pero,
para nosotros, ello no constituye ninguna revelación pues “¿Qué otra cosa le
queda al ente sino esto: ser?” (2004: 44). Sin embargo,
como dice Heidegger, eso que parece una obviedad, a saber, que el ente sea en
el ser, fue lo que más asombró a los griegos, al punto de que se dispusieron a
proteger ese hecho que causó el más grande de los asombros. Es así, dice el filósofo, que algunos hombres
buscaron expresamente mantener vivo en ellos y en los demás hombres el hecho
excepcional de que el ente sea en el ser. Estos hombres, que aspiran a
resguardar lo extraordinario, se convierten precisamente en los primeros
filósofos. En esta etapa, la filosofía no era un pensar propiamente dicho cuanto
un guardar, un proteger lo asombroso. Y justamente así, motivada esencialmente por
el asombro, nace la primera y más fundamental de las preguntas filosóficas, aquella
que le otorga a la filosofía su sello característico: “¿qué es el ente en
cuanto que es?” (2004: 45). De esa manera, queda
determinada la tarea de la filosofía: a saber, la filosofía busca, desde el
comienzo mismo, responder por el ente en
la medida en que éste es. De allí que Aristóteles diga en su texto Metafísica que la filosofía se identifica
con una sola pregunta: esta es, ¿qué es el ente? (Heidegger 2004: 46). A través de esa pregunta, se pretende dar con
la entidad del ente, que en Platón se determina como idea y en Aristóteles como energeia,
pues el ser del ente estriba precisamente sobre ella.
Seguidamente, Aristóteles define a la filosofía
como la “ciencia que contempla los primeros principios y causas” pues concibe
que éstos constituyen el ser del ente (2004: 47-48). No
obstante, esta definición es, para Heidegger, tan sólo una de las definiciones
posibles de la filosofía. Además, aceptar
esa como un respuesta sería erróneo porque la misma no sería sino una respuesta
historiográfica, en la medida en que lo que hace es simplemente recoger y
exponer una definición de la
filosofía, la de Aristóteles, en un momento histórico determinado. Sin embargo, como dijimos anteriormente, lo que busca el autor
alemán es, ante todo, una respuesta propiamente filosófica, que medite sobre el
ser mismo de la filosofía y no solamente sobre su evolución en el tiempo.
Llegar a la filosofía, filosofando, es el
cometido primero de la disertación de Heidegger. Pero filosofar no tiene nada que
ver con exponer las diversas opiniones de los filósofos sino, más bien, consiste
en entablar un diálogo y discutir con ellos. Si los filósofos son interpelados
por el ser del ente, entonces, para establecer un diálogo con ellos, dice el autor,
es necesario ser también interpelados por el ser del ente, de modo de poder hablar
sobre lo Mismo. En otras palabras: debemos corresponder
(Entsprechen). Sólo así se llega, en
la concepción del autor, a una respuesta auténtica sobre la esencia de la
filosofía.
Ahora bien, ¿no es verdad –se pregunta
Heidegger– que los hombres siempre se hallan en correspondencia con el ser del
ente? Efectivamente, los hombres siempre estamos correspondiendo al ser del
ente. De hecho, es “nuestro lugar de permanencia”. Sin embargo,
no siempre lo hacemos de una manera expresa, esto es, con una actitud que
asumamos auténticamente. Sólo cuando
lo hacemos efectivamente filosofamos. Y es que, según Heidegger, la filosofía “es
la correspondencia realizada expresamente, que habla en cuanto atiende a la
llamada del ser del ente” (2004: 56). La llamada del ser del ente, en tanto
corresponder, consiste, para el filósofo de Messkirch, en una disposición
afectiva, en un être disposé, como
dijimos anteriormente.
Pero ¿qué quiere decir que la correspondencia
se encuentre en una disposición afectiva? Quiere decir que, para Heidegger, la
correspondencia se da fundamentalmente en los estados de ánimo (Stimmungen)[1]. Y
el ser del ente, es determinado, para el autor, según cómo lo abra el estado de
ánimo. Como bien señala, esa concepción no es exclusiva suya sino que ya la habían
tenido Platón y Aristóteles, para quienes el origen de la filosofía se encontraba
en el asombro. De hecho, la filosofía nació en Grecia, para Heidegger, porque
el asombro fue el estado de ánimo fundamental que la dominó completamente.
En realidad, el asombro, continúa el autor, no
es sólo el estado de ánimo que origina la filosofía sino que es aquella fuerza
esencial que la gobierna de principio a fin, que la sostiene en su reflexión, al
punto de que la misma es inconcebible sin el asombro. Para Heidegger, lo
fundamental es que, cuando nos asombramos, nos demoramos en nosotros mismos: ante
todo, el asombrarse implica un retroceder ante el ente, especialmente “ante el
hecho de que es, y de que es así y no otro modo” (2004: 61).
En el retroceder, dice Heidegger, el Dasein se suspende en sí mismo y se percata del
misterio estremecedor del ser. En efecto, en el asombro es como si el ente se
recubriera con un manto oscuro de extrañeza, de modo que deja de parecernos cotidiano
y familiar. Y es ello lo que permite justamente que emerja la pregunta que interroga
por qué es lo que es: a saber, por cuál es el ser del ente. Es verdad que el
ente siempre es, pero no lo notamos sino cuando ese estado de ánimo fundamental
que es el asombro irrumpe como un torbellino. De hecho, sólo cuando el asombro entra
en escena, la pregunta ¿por qué hay algo y no más bien nada? cobra su más
verdadero y profundo sentido, revelándose con la fuerza de su peso original. Bajo
el asombro, la pregunta es efectuada en propiedad. Por lo tanto, el asombro es
aquel estado de ánimo que permite asumir auténticamente la relación con el ente
en tanto que es y, por ello mismo, es el estado de ánimo filosófico por
antonomasia: el más originario. Pero el asombro no sólo conlleva un retroceso y un extrañamiento
del ente sino que es también un abrirse
a este. En efecto, como el propio Heidegger señala, “el asombro es el estado de
ánimo desde el cual los filósofos griegos accedieron a la correspondencia con
el ser del ente” (2004: 61)
Ahora bien, si bien el asombro es el estado de
ánimo primero de la filosofía, no es el único estado de ánimo que la ha dominado
a lo largo de la historia. De hecho, cada época
filosófica se define según los estados de ánimo que la gobiernan y éstos han
variado considerablemente. En efecto, la correspondencia con el ser del ente,
dice Heidegger, se ha hecho también desde estados de ánimos tales como la
certeza. Precisamente, ése es el estado de ánimo que caracteriza a toda la
filosofía moderna, inaugurada por Descartes y sus célebres Meditaciones.
Al principio de su filosofar, el estado de
ánimo de la duda es el que domina la reflexión cartesiana. Pero, al asentar su
filosofía sobre el principio indubitable del cogito, pronto la disposición afectiva pasa de la duda hiperbólica
inicial a la acogedora seguridad de la certeza. De esa manera, la duda se
muestra solamente como un paso previo, necesario pero transitorio, en dirección
a la certeza. Y es que, como señala Heidegger, ya desde
el comienzo, lo que le interesa determinar al filósofo francés es “¿cuál es
aquel ente que, en el sentido del ens
certum, es el ente verdadero?” (2004: 62) De ese modo, lo que el ente es
pasa a medirse en términos de certitudo,
sinónimo, de ahí en más, de verdad. Así
el corresponder al ser del ente se da en la forma de una certeza absoluta en el
conocimiento científico, lo que constituirá el principio anímico dominante de
la filosofía moderna hasta la actualidad.
En lo siguiente Heidegger se plantea hacer una
reflexión con respecto al estado de ánimo que gobierna nuestros tiempos. A propósito, señala que resulta muy difícil dilucidar cuál es
exactamente la Stimmung dominante, dado
que aún no contamos con la distancia histórica suficiente como para poder determinarlo
con precisión. Sin embargo, y aún
así, el filósofo alemán constata la existencia de diferentes estados de ánimos
que disputan entre sí.
Por un lado, nuestra época también se mantiene,
en lo esencial, en la línea cartesiana, que se distingue, para Heidegger, por
tener una confianza casi ciega en la certeza de los conocimientos científicos. Dicha
confianza se afirma cada vez más con la consolidación de una razón y de un
pensar calculantes, expertos en la elección de los medios más eficientes, en la
planificación y en la manipulación de los entes, marcas inconfundibles de la
cultura moderna. En ese sentido, la visión de la
Modernidad de Heidegger no es muy distinta, como ellos mismos confiesan[2],
de la Adorno y Horkheimer, para quienes la irrupción del pensamiento moderno,
especialmente en su versión positivista, había traído consigo una progresiva instrumentalización
de la razón, al ser concebida como un simple organon al servicio de fines que ella misma no determina.
Pero quizás haya sido Max Weber de los primeros
en retratar este derrotero de la razón moderna, implícita en las ciencias, y sus
efectos sobre el hombre y su relación con el mundo. Precisamente,
en una conferencia de 1919 titulada De la
vocación interna a la ciencia el autor exponía que, gracias al avance acelerado
de la tecnología, el hombre moderno se había acostumbrado a vivir en una
sociedad en donde todo parece estar “calculado”. En otras palabras: un mundo tecnificado es, para Weber, un mundo lleno
de certezas, en donde no hay lugar ni para el azar ni para el estremecimiento originario
ante el misterio del Ser. Y esas certezas se instalan
de tal manera en el pensamiento, dice el autor, que los hombres olvidan que en
el mundo de los valores ellos son libres, independientemente de cuál sea el
progreso técnico. En la
Modernidad, los hombres tienden a querer deshacerse del peso de la libertad que
suponen las decisiones axiológicas y por eso la entregan a las llamadas cosmovisiones
(o Weltanschauungen), las que se
enfundan en vestimentas pretendidamente científicas, prometiendo falazmente
brindar en el reino de los valores las mismas certezas y objetividad que en el
mundo de los hechos (Safranski 2000: 119-122).
Justamente, cuando Heidegger señala que el estado de ánimo
predominante en nuestra época es el de la certeza, está claramente refiriéndose
a este tipo de fenómeno que tan bien describe Weber.
Por otro lado, y al mismo tiempo, Heidegger
también hace referencia a que existe en este tiempo histórico una “obsesión
ciega por principios no sometidos a examen” (2004: 64). Sin embargo, el
filósofo no se explaya más sobre este punto, por lo que no podemos saber si con
esa admonición apunta de nuevo a la excesiva confianza en los resultados de la
ciencia o si tiene que ver también con los dogmatismos religiosos y/o políticos,
esas cosmovisiones, a menudo, monistas, de las que tanto habla Weber, y que
fueron tan comunes en su tiempo como en el nuestro.
En cualquier caso, lo importante es que la
disposición anímica que conduce el pensar y al cual se abre el ser del ente es
la certeza. En este punto, es de destacar que, para Heidegger, aún la
parsimonia racional, de la que nace la certeza, y que generalmente aduce estar
libre de toda influencia de las pasiones, es, en sí misma, un estado de ánimo.
Y lo es desde el momento en que, como señala el autor, está “dispuesta a
confiar en la evidencia lógica-matemática de sus principios y reglas” (2004:
64).
Sin embargo, y al lado del optimismo en
los poderes de la ciencia moderna así como de las soluciones definitivas que ofrecen
los dogmatismos, que representan dos formas de vivir en un mundo de
“hiper-certezas”, Heidegger identifica que la contemporaneidad está también imbuida,
paradójicamente, en los sentimientos de “duda” y “desesperación”.
Es tópico señalar que estos sentimientos se
encuentran precisamente en las antípodas de los de “certeza” y “confianza” que
describimos anteriormente. Aquí tampoco el autor se detiene a explicar qué
debemos entender exactamente por “duda” y “desesperación”. No obstante, y ubicándonos
en el marco amplio de su filosofía, podemos aventurar a decir que, con ello,
Heidegger seguramente apunte al proceso que, según su visión, se desarrolla como
consecuencia del despliegue tecnológico y que ha generado una profunda pérdida
de sentido. A éste lo llamó Hölderlin la “partida de los dioses”, en la medida
en que, para el poeta, con el avance del industrialismo y la progresiva
racionalización del mundo, lo que existe es un repliegue de los relatos
mitológicos y religiosos, que otrora habían fundado el sentido de la vida,
tanto individual como colectiva.
Para Nietzsche, por su lado, este proceso
podría culminar eventualmente en el peligroso “desierto” del nihilismo, contra
el cual batalló esgrimiendo como armas su filosofía del eterno retorno y del Übermensch. Como advierte en su Así habló Zarathustra (1891), Nietzsche ve en el derrumbe de la
vieja metafísica, sobre todo de la cristiana, una oportunidad para que el
hombre o, mejor dicho, el Übermensch
se convierta, de una vez, en «el sentido de la tierra» (2001: 7).
Haciéndose eco de estas visiones románticas, Heidegger
temía que su propia época – la época de la muerte de Dios – se encontrara ya al
borde del nihilismo, esto es, al borde de caer en un profundo vaciamiento
existencial, tal y como lo señala en su conocido texto Introducción a la Metafísica (1935). Precisamente, en esa obra, el filósofo
alemán elabora una concepción según la cual el impresionante avance tecnológico
puesto en marcha por el pensamiento moderno, y su incontenible expansión hacia
todas las esferas del quehacer humano, degradarían al hombre al nivel de mercancía,
de objeto disponible para la planificación. En la visión de Heidegger, en el
mundo moderno, ya no hay más Dasein,
sino hombres producidos en serie. En el afán por dominar los entes, el ser-ahí,
otrora el lugar privilegiado de la pregunta por el ser, degenera él mismo en
ente, renegando de su estatuto ontológico excepcional en el contexto de lo
existente.
Mediante la estandarización industrial y
cultural, el Dasein se precipita hacia la “caída” (Verfallen) en la “inautenticidad”
(Uneigentlich) colectiva del das Man. En ese sentido, y según argumenta en el
texto, tanto la Rusia, los Estados Unidos como también, y posteriormente, la
Alemania Nazi de su tiempo, representan el mismo proyecto civilizatorio, la
misma decadencia metafísica. En efecto, como bien recoge Rüdiger Safranski en
su texto “Un maestro de Alemania. Martin
Heidegger y su tiempo” (2003), para Heidegger, “El cálculo caracteriza al
americanismo, la planificación al comunismo y la producción al
nacionalsocialismo” (2003: 346).
A continuación dejamos un párrafo decisivo en
el pensamiento de Heidegger, en donde el autor aventura cuál será el derrotero último
del pensamiento moderno y su profuso matrimonio con la tecnología:
This Europe […] lies today in the
great pincers between Russia on the one side and America on the other. Russia and America, seen
metaphysically, are both the same: the same hopeless frenzy of unchained
technology and of the rootless organization of the average man. When the
farthest corner of the globe has been conquered technologically and can be
exploited economically; when any incident you like, in any place you like, at
any time you like, become accessible as fast as you like; when you can simultaneously
“experience” an assassination attempt against a king in France and a symphony
concert in Tokyo; when time is nothing but speed, instantaneity, and
simultaneity, and time as history has vanished from all Dasein of all peoples;
when a boxer counts as the great man of a people; when the tallies of millions
at mass meetings are a triumph; then, yes then, there still looms like a
specter over all this uproar the question: what for? – where to? – and what
then? (2000: 40)
En
nuestra opinión, es a la luz de este párrafo crucial[3],
que, por lo demás, parece ajustarse perfectamente a lo que vivimos en la época
actual, que podemos comprender mejor qué quiere decir el filósofo alemán cuando
señala en ¿Qué es la filosofía? que la
contemporaneidad está teñida de los sentimientos contradictorios de certeza y
angustia, esperanza y miedo.
Por un lado, la tecnología genera, como vimos, un
mundo determinado por la exactitud del cálculo y la precisión de la geometría.
Pero, por otro, ese proceso de tecnificación, que traduce al mundo al lenguaje parsimonioso
de la razón, es incapaz de abordar los problemas vinculados al sentido y de
encontrar allí la misma certidumbre que en el mundo de los hechos.
Para Heidegger, la técnica opera evacuando el
sentido, pero en su lugar no pone sino una enajenación existencial, derivada
del deseo incontrolable (llámese, con Nietzsche, la voluntad de poder) por enseñorearse
del ente. Es decir: la tecnología no soluciona el problema, simplemente lo reifica.
Al hacer eso, impide que el Dasein se
convierta efectivamente en ese lugar privilegiado, en esa rajadura originaria del
ser, por la cual es posible que el ser se abra a sí mismo y se dé en el
horizonte de la comprensión.
Como consecuencia de lo anterior, la llamada
del ser del ente permanece desoída y, con ello, se esfuma la posibilidad de establecer
con el ente una correspondencia verdaderamente, esto es, una auténtica correspondencia
filosófica. Es que, según Heidegger, la actual relación con la técnica, al
menos planteada en los términos en los que lo hizo la Modernidad, no hace sino bloquearle
al Dasein la apropiación genuina de
su ser-para-la-muerte, condición de
posibilidad de la existencia auténtica. A través de la tecnología moderna, el
ser-ahí se entifica, incurre en transgresiones categoriales y así tiende a
pensarse a sí mismo, no como el Seinkönnen
que es, sino como un ente más entre los entes. Es por eso que, para Heidegger,
las preguntas del para qué y del hacia dónde le reaparecen al Dasein bajo la forma de un “espectro”, que
le genera un estado de “desesperación”. En efecto, esas preguntas son como una
espina clavada en el corazón mismo del hombre moderno, puesto que interpelan precisamente
por aquello de lo que la técnica moderna se había empeñado en huir: a saber, escuchar
la voz de la conciencia que impela al Dasein
a singularizarse, a llegar a ser él mismo, apropiándose de una existencia
auténtica. En tanto envían a un retroceso ad
inifinitum en la vana búsqueda de un suelo firme, de razones suficientes, las
preguntas del «para qué», del «hacia dónde» y, más que más, del «para qué» no
sólo revelan la falta radical de fundamento (Abgrund) del Ser, la ausencia de todo sustento trascendental, sino
que además obligan al Dasein a mirar
a los ojos a ese abismo monstruoso sobre el que se levanta el mundo, a enfrentar
esa nada originaria que se despliega ante él, de modo de que pueda asumir
auténticamente su «ahí».
Todas las preguntas, cuando son formuladas
genuinamente, mueren en la madre de todas las preguntas: ¿por qué hay algo y no
más bien nada? Y esa pregunta, cuyo sentido se realiza plenamente en la
angustia, es la causa de la “desesperación”
moderna y explica la patente contradicción con el estado a ánimo de confianza y
certidumbre que caracteriza a toda la época. Pues, frente a ella colapsa todo castillo
racional o religioso, positivista o cristiano, no importa que tan imponente: es
el punto ciego por donde toda metafísica falla. Cuando es asaltado por el «torbellino
del preguntar originario», el Dasein se
apercibe en su vacuidad constitutiva, advirtiendo así el verdadero peso que
supone ser un «animal no fijado». Y ésa es precisamente la encrucijada en la
que se encuentra el hombre moderno, el origen de su actual estado de ánimo
ambivalente e inquietante.
Ya finalizando, el filósofo,
en un movimiento típico del segundo Heidegger, esboza unas reflexiones a
propósito de la relación entre la filosofía y lenguaje. En efecto, para el
autor el corresponder con el ser del ente toma esencialmente la forma de un
hablar. Para justificar ello, Heidegger, nuevamente, retorna a la comprensión
griega del lenguaje como logos (λóγος)
(2004: 65). Recobrando esa concepción, el autor argumenta que la relación entre
pensar y lenguaje es exactamente opuesta a la que vislumbrase la visión moderna.
Es decir: no es que el lenguaje esté al servicio del pensar, sino que el pensar
es el que está al servicio del lenguaje. Vale decir que ello tiene implicancias
profundas para la filosofía puesto que, para el autor, la misma no es sino “un
modo privilegiado del decir” (2004: 64). En efecto, la filosofía es, según el
autor, “un corresponder que traduce al lenguaje la llamada del ser del ente”
(2004: 66). Por eso, para Heidegger, la filosofía no tiene tal cosa como una
esencia, que pueda ser aprehendida de una vez y para siempre. En realidad, la
filosofía, como el ser mismo, se da de diversas maneras ya que, ante todo,
significa un estar a afinado con el ser del ente y corresponderle
auténticamente. Y no decimos “estar a afinado” en vano puesto que a eso hace
referencia precisamente la palabra alemana Stimmung
(estado de ánimo).
A los griegos la
sintonía con el ser del ente se dio a partir del asombro, de modo que para
ellos la filosofía era esencialmente un poner en el decir el asombro con el
ente. En la época moderna, en cambio, esa sintonía se dio a través de la
certidumbre, de suerte que la filosofía pasó a ser un poner en el decir la
verdad del ente, en tanto que certeza. Resta por ver cuál es finalmente el
estado anímico al que se abre el ser del ente en nuestra época. Pero más allá
de determinarlo, lo que le interesa a Heidegger es conservar la apertura al llamado
del ser del ente, por eso convoca a un “recogimiento meditativo”. Y es que,
como dijimos, la filosofía se realiza únicamente en una correspondencia con el
ser del ente expresamente asumida. Sólo así, en el marco de ese genuino
corresponder, podrá salir la verdad (aletheia)
del ser, una verdad que se revela históricamente. Lo que sucede es que el ser,
para Heidegger, no es, en realidad, ni esencia (ousia) ni presencia (parousia),
como había creído la tradición metafísica occidental desde Platón y Aristóteles
en adelante, sino que es, más bien, un acontecer (polemos), a saber, un continuo desplegarse histórico, que se abre
auténticamente, esto es, en su verdad, en eso que llamamos la filosofía.
6.- Bibliografía.-
·
Gordon, E. Peter. Continental Divide. Heidegger, Cassirer, Davos.
Ed. Harvard University Press. England. 2010.
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Heidegger,
Martin. ¿Qué es la filosofía? Ed.
Herder. España. 2004.
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Heidegger, Martin. ¿Qué es metafísica? Alianza Editorial,
Madrid, 2003.
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Heidegger, Martin. El ser y el tiempo. Ed. Fondo de Cultura Económica. México. 1951.
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Heidegger, Martin. Introduction to Metaphysics. Ed. Yale
University Press. United States. 2000.
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Heidegger,
Martin. Was ist das- die Philosophie? Verlag
Günther. Deutschland. 1966.
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Nietzsche,
Friederich. Así habló Zarathustra. Ed. La Nación. España. 2001.
·
Safranski,
Rüdiger. Un maestro de Alemania. Martin
Heidegger y su tiempo. Ed. Tusquets. España. 2003.
·
Ziegler, John. What is Philosophy? By Martin Heidegger.
The Journal of Higher Education, Vol. 30. No. 6 (Jun., 1959), pp. 346-347.
[1].- Aquí hay que recordar que, para el autor, el
Dasein no es un sujeto, como habían imaginado
las ciencias, sino un ser-en, esto
es, un ser que, antes que nada, se encuentra inmerso en los estados de ánimo,
afecciones pre-racionales.
[2].- El
autor alemán Rüdiger Safranski trae a colación esa “confesión” en su célebre
biografía filosófica de Heidegger, titulada Un
maestro de Alemania (2004): “En 1949 Adorno había acosado a Horkheimer para
que escribiera en el Monate tuna recensión de Sendas Perdidas de Heidegger, que
acababa de aparecer. Había escrito a Horkheimer que Heidegger se muestra en
“« Sendas perdidas en una forma
no muy distante de nosotros »” (2004: 474). Más adelante Safranski expone
los varios puntos en común que tienen las filosofías de los tres autores, por
más de que, sobre todo, Adorno, se haya empecinado en señalar las que concebía
eran diferencias esenciales entre su pensamiento y el de Heidegger.
[3].- Es sabido que esta lectura
de su tiempo es la que lleva al filósofo alemán a la cuestionable decisión de adherirse
al partido nazi para los años 30’. De hecho, un poco más adelante, encontramos
una justificación del rol que debía ocupar Alemania en la preservación del
espíritu Occidental original en medio de la degradación moderna. “We lie in the pincers. Our people, as
standing in the center, suffers the most intense pressure –our people, the
people richest in neighbors and hence the most endangered people, and for all
that, the metaphysical people. We are sure of this vocation; but this people
will gain a fate from its vocation only when it creates in itself a resonance,
a possibility of resonance for this vocation, and grasps its tradition
creatively. All this implies that this people, as a historical people, must
transpose itself – and with it the history of the West- from the center of
their future happening into the original realms of the powers of Being.
Precisely if the great decision regarding Europe is not to go down the path of
annihilation – precisely then can this decision come about only through the
development of new, historically spiritual forces from the center.” (2000: 41)
Comentario muy interesante, en mi opinión, sobre la Filosofia,según Heidegger.
ResponderEliminarEl búho
Muy, pero que muy bueno.
ResponderEliminaralguien que me pueda explicar como se utilizan los dos caminos de la filosofía en el tiempo contemporáneo
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