El Japón de Hatoyama


*Por Jonathan Arriola.

Fuertes cambios, tanto nacionales como internacionales, le esperan al país nipón en los próximos años. Desde los más superfluos, como los que se están constatando en la dieta diaria de los japoneses con la progresiva sustitución del pescado por las carnes rojas (¡buenas noticias para Uruguay!) hasta los más significantes, como el ya inminente repliegue de su posición dominante en el Asia Oriental y, por el contrario, la consolidación cada vez más preponderante de China como líder regional y como una actor con voz y voto en el escenario mundial. Sin embargo, el cambio más importante que hay que apuntar, en este momento histórico particular, es el reciente (y descollante) triunfo del Partido Democrático (PD) por sobre el histórico Partido Liberal Democrático (PLD). Un embate político que fue doblemente importante. Primero, porque logró destituir del poder al único partido que se hizo con el gobierno desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta ahora. Y, segundo, porque los resultados que arrojaron las elecciones fueron realmente contundentes al concederle al nuevo gobierno una aplastante mayoría absoluta de 308 de los 480 escaños posibles en la Cámara Baja (triplicando a los del PLD). La definitiva desaprobación de la ciudadanía japonesa a la gestión del PLD, resonó inmediatamente en las filas de dicho partido con la renuncia de Taro Aso, el anterior Primer Ministro, a la presidencia del mismo.

Desde su asunción como el nuevo Primer Ministro de Japón, Yukio Hatoyama ha puesto en claro ser la génesis de una nueva política japonesa tras anunciar radicales transformaciones en la conducción interna y externa del Japón         más acorde con el nuevo “sprit du temps”. Y es que un nuevo manejo se hacía imperioso, sobre todo teniendo en cuenta la incapacidad que mostró la administración pasada para resolver los mayúsculos problemas que venían aquejando al Japón desde este último tiempo hasta ahora: las recurrentes crisis económicas, el aumento del desempleo, el problema de la deuda pública y, entre otros, el creciente envejecimiento de la población y los consiguientes problemas de la seguridad social.

Japón lleva, nada más ni nada menos, que casi 20 años de economía estancada (e incluso se habla de que los 90’ fueron la “década perdida” japonesa). Se apeló inútilmente a recurrentes y cuantiosos rescates gubernamentales de los llamados “zombies” económicos (sectores y empresas insalvables) lo que contribuyó aún más a anquilosar el progreso económico. Con una deuda pública a punto de duplicar el PIB (la más alta de todos los países desarrollados) el Japón, con una ya baqueteada economía, chocaría contra otro desagradable desafío: la crisis del 2008. La reciente tormenta financiera golpeó al país nipón con una fuerza descomunal; constatándose un aumento del desempleo que se cuantificó entorno al 12,2% (un récord para Japón), caídas de las exportaciones en casi un 50% y una peligrosa e insistente deflación.

Con este oscuro panorama se enfrentará la nueva administración de gobierno. Pese a que los últimos datos ya apuntan a un débil despegue de la economía o, al menos, a una salida de la recesión, Hatoyama (quien afirmó pondrá énfasis en “escuchar a la gente”) anunció igualmente una serie de medidas. La primera de ellas es combatir y desarticular el peso del aparato burocrático montado por los gobiernos anteriores. En otros ámbitos, se propone una mayor regulación de la economía cuyo objetivo es el de reducir tanto las brechas sociales como el distanciamiento entre el Japón rural del urbano a la vez que se promete no utilizar más los estímulos económicos gubernamentales en actividades insolventes.

Con la llegada de Hatoyama al gobierno, también comenzaron a correr “aires nuevos” en cuanto al relacionamiento internacional del Japón. Varios puntos de vital importancia parecen retocarse.

En primer lugar, el nuevo gobierno japonés ha dado señales que expresan que el histórico binomio Estados Unidos-Japón debe de ser reformulado. En efecto, las autoridades japonesas apuntan a continuar con el cordial relacionamiento que los ha unido en los últimos 50 años pero cimentarlo sobre una nueva premisa: la igualdad Estados Unidos-Japón. A la política de alineamiento casi automático con los Estados Unidos, le seguirá, bajo la nueva administración japonesa, una política que procurará poner primordial énfasis en lo que se entienda son los intereses nacionales y propios de los japoneses.

En ese sentido, se negó la renovación de la legislación que permite a los Estados Unidos, en su lucha anti-terrorista en Afganistán, abastecer sus barcos a través de la flota japonesa. Otra acción en ese sentido, es la manifiesta intención de renegociar con los Estados Unidos los acuerdos militares ya suscritos. Ello para reducir los cuantiosos contingentes militares estadounidenses apostados en tierra nipona. A estos efectos se acordó, entre Washington y Tokyo, la revisión de su alianza para el año que viene y, además, se reconoció la urgente necesidad de dirimir, cuanto antes, la polémica por la base militar norteamericana localizada en el sur de Japón, más específicamente, en la estratégica isla de Okinawa en la ciudad de Ginowan . Dicha base concentra el 50% de las tropas norteamericanas en todo el país (unos 23.500 soldados aproximadamente) y pese a que, en 2006, se acordó el traslado de la misma a otra ciudad de Okinawa (Henoko) y se asintió la reubicación de 8.000 marines a Guam (isla estadounidense en el Pacífico) una parte importante de la población de la zona apuesta, lisa y llanamente, debido a las molestias que la misma ocasiona (accidentes, contaminación, ruido, etc.) a su cierre; malestar que, dicho sea de paso, ha sido recogido por el nuevo gobierno.    

Otra postura que adoptó el Japón bajo el nuevo gobierno y que también incomoda a Washington, y he aquí la otra “pata” importante de la nueva política exterior japonesa, es la fuerte apuesta que el entrante gobierno nipón hace al multilateralismo en Asia. La preocupación estadounidense frente a este viraje de de la política exterior nipona pasa, sencillamente, porque un afianzamiento mayor de las relaciones entre el Japón y el resto de la región Oriental del Asia, podría significar un decrecimiento proporcional en sus relaciones con los Estados Unidos. Por lo que, hace pocos días, Barack Obama recordó, inteligentemente, que Estados Unidos también se siente parte de la región del Asia Pacífico: “Asia y Estados Unidos no están separados por este gran océano, estamos unidos por él" dijo más exactamente Obama.

Cierto es que Japón no ha logrado consagrarse como el líder natural de la región, pese ser la segunda economía más importante del mundo. Ello se explica porque la mirada y el esfuerzo del Japón han estado históricamente más enfocados hacia los Estados Unidos que hacia la búsqueda de entablar y reforzar las relaciones con la vecindad: empresa ya de por sí más dificultosa debido a que los traumas y desmanes que perpetrase el Imperio nipón durante la Segunda Guerra Mundial todavía están muy vivos en la memoria regional.
                                                                                                 
No obstante, los tiempos cambian y, con ellos, también las políticas a implementar. Como China ya se apronta para desplazar a Japón del segundo puesto como la economía más poderosa sobre la tierra, el equilibrio de poderes en la región está cambiando súbitamente. Por ello no es del todo descabellado que Japón intente convertir el “barrio” en un lugar más confortable más aún cuando es evidente que China vino para quedarse por mucho tiempo. Es más, algunos analistas se aventuran a decir (un poco apresuradamente para mi gusto) que, frente a esta inminente situación, Japón se podría convertir en una especie de “Suiza del Asia Oriental”: un país rico, seguro, estable pero sin demasiado peso político a nivel internacional. Y es que tal magnitud está adquiriendo el ascenso chino que amenaza con eclipsar, en breve y por completo, al país del Sol Naciente. Dada esta situación, el planteo japonés pro-asiático pero norteamericano-excluyente no parece ser, a priori, nada desacertado.

Sea como sea, lo cierto es que existe una verdadera voluntad política de acercarse a sus vecinos; propuestas y gestos específicos prueban dicha voluntad. En octubre pasado, el Sr. Hatoyama realizó una visita a Corea del Sur en donde se reunió con su homólogo el Sr. Lee Myung-bak para inmediatamente después completar su gira por China en donde se encontró con altos jerarcas del gobierno y con el Primer Ministro, Wen Jiabao. En dicha gira, el Sr. Hatoyama repitió que su gobierno está dispuesto a “hacer frente a la historia” en pos de fomentar nuevas relaciones de estrechez con la región y de apostar a la creación de una “Comunidad del Asia Oriental”. Si bien la propuesta fue más ovacionada por Corea del Sur que por China, es de recalcar que ambos se plegaron a la propuesta (ello no es de extrañarse, más aún cuando todos, mal o bien, tienen que hacer frente a problemas en común, como la amenaza norcoreana). Es más, ambos se entusiasmaron por la propuesta japonesa de crear, en conjunto, un libro de historia de la región (un gran avance cuando tenemos en cuenta lo sensible y dolorosa que resulta su historia). Por si fuera poco, Corea del Sur y Japón revitalizaron los planes de construir un túnel acuático que pueda conectar ambos países.

Aunque no todo es color de rosa, ya que todavía quedan varios puntos por resolver (reclamaciones territoriales, problemas con el nombramiento de los mares, entre muchísimos otros) nadie puede negar que el Japón de Hatoyama ha tomado un nuevo cariz: y, como todo en la vida internacional, dependerá de una buena interlocución diplomática la posibilidad de aprovechar esta nueva postura con la que el Japón se presenta.

*Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
Depto. de Estudios Internacionales
 FACS - ORT Uruguay

Publicado en la Revista digital LETRAS INTERNACIONALES
Año 3 - Número 86/ Jueves 19 de noviembre de 2009
Montevideo - Uruguay

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