Los desafíos de la India Primera Parte: La política interna.


*Por Jonathan Arriola.

En este Siglo XXI seremos testigos, seguramente, de importantes cambios en la estructura de poderes internacional. El fin del mundo bipolar y el inicio del proceso de globalización parecen ser los acontecimientos que, parados en los comienzos del nuevo milenio, podemos anunciar como los que marcarán, o al menos,  condicionarán, el compás del nuevo tipo de relacionamiento entre países y/o bloques. 

Dentro de este versátil escenario, en donde se efectivizan las relaciones internacionales, el equilibrio de poder, mantenido por la distribución del peso de los distintos Estados,  viene a tener un papel de suma importancia. Es por eso que es necesario tener en cuenta los cambios que se van suscitando dentro de este contexto. Los cambios, más allá de su discutible profundidad, vendrán por el Oriente, y China e India serán, indudablemente, sus principales abanderadas. Así ambas se preparan para consolidar su ascenso en el concierto internacional como potencias de primer nivel. China ya le ha dicho al mundo, a través de estos espectaculares Juegos Olímpicos “aquí estoy”. Mientras tanto la India, tal vez un poco por detrás de China, se apronta tanto para poder disfrutar, en un futuro y a pleno, de los beneficios que le significará ser una potencia como para lidiar con las responsabilidades, tal vez, colaterales que le significará dicho estatus pero para eso deberá afrontar una serie de problemáticas que se dan en su interior.

Se espera que para el 2025 sea la cuarta economía mundial, después de la de los Estados Unidos, de la de la Unión Europea y de la de China y que, para la mitad del S XXI, supere incluso a la de los Estados Unidos (siendo la economía China la más grande del mundo) ocupando junto a Brasil, a Rusia y a China un lugar privilegiado de potencia mundial.

La India ha elegido transitar por un camino político distinto del de China. Cuenta con una democracia estable y sólida que, en el contexto de la región, resulta envidiable para muchos países asiáticos ya que, en realidad, su forma de gobierno es allí una muy valiosa excepción más que la regla.

Puede resultarnos realmente curioso que una cultura tan diferente a la Occidental, como es la india, sea compatible con los requisitos que una democracia liberal supone siendo que en el caso de Occidente (su lugar originario) le significó un largo período histórico de desarrollo con costosas consecuencias. A pesar de esto la India ha sintetizado el proceso y  ha logrado sobreponerse, con éxito, a una gran variedad de dificultades propias a su forma de vida y cultura.

Desde que logró su independencia, en 1947, la India ha mantenido, de manera ininterrumpida, su régimen político democrático. Habiendo heredado, de su período colonial, tanto la centralización administrativa como algunos valores británicos, la India se enfrentó a la construcción de una democracia forjada desde la propia práctica gubernamental. Adoptó prácticas, como la separación de poderes o la igualdad de los ciudadanos ante la ley (recordemos que en la India existía el sistema de castas) que fueron, en su momento, totalmente ajenas a su milenaria cultura.

La primera problemática con la que se topó su democracia, desde el comienzo, fue la gran diversidad étnica, social, religiosa y lingüística que existía en el extenso territorio indio. Resulta verdaderamente imposible efectuar cualquier generalización sobre la India debido a que, al hacerlo, pasaríamos por alto el gran pluralismo existente. En la India conviven cristianos, musulmanes, hindúes, budistas, sijs, jainistas, etc. además de existir más de diez lenguas principales sin contar los sobrados dialectos. En el momento en que India se independiza, y asumía un régimen político democrático, pocos países democráticos contaban con tanta pluralidad (salvo algunos ejemplos aislados como Suiza o Bélgica, pero igualmente son incomparables con la India considerablemente más plural y inmensamente más extensa territorialmente hablando). Sin embargo, la India, y más específicamente, el sistema político indio sobrellevó tal situación de manera admirable. La élite política india supo siempre sortear, dentro del marco institucional secular, las problemáticas suscitadas en esa materia y ha sabido balancear, eficazmente, los intereses generales con aquellos específicos de algún sector en particular, por lo menos hasta el momento.

Hoy en día, igualmente, existen algunos peligros para este equilibrio. Grupos nacionalistas-hinduistas, que se encuentran esparcidos por casi todo el territorio indio, podrían ser los culpables de poner en riesgo la estabilidad reinante. Este tipo de nacionalismo, que surgió imitando la noción occidental de nación, remarca al pasado hindú como uno glorioso al que hay que volver. El mayor exponente de tal idea es el partido Bharatiya Janata, que además de ser un partido político, posee una organización religiosa extremista (el Consejo Mundial Hindú) y una paramilitar (la Asociación Nacional de Voluntarios). Este partido predica la preponderancia de los valores hindúes por contraposición a los musulmanes (que constituyen más del diez por ciento de la población) así como también reivindica a la lengua hindi como la que debería ser la única lengua nacional. Este partido que, llegó a ser el más votado en las elecciones de 1999 (recordemos que la India posee un sistema parlamentarista), adoptó, en la práctica gubernamental, una postura más moderada aunque, igualmente, no olvidó su discurso nacional-hinduista. Sin embargo, el partido, en el 2002, sufrió un revés habiendo conseguido 187 escaños (de 543) frente a los 218 que consiguió su principal rival el Congreso Nacional.

Más allá de este problema coyuntural, cabe destacar, igualmente, el esfuerzo democrático que ha hecho este país oriental que, a pesar de las tensiones con China y con Pakistán, de las altas tasas de analfabetismo y de los altos índices desigualdad económica, se ha mantenido con el mismo ímpetu. En el entendido, tal vez, de que es posible construir, desde el propio sistema democrático, tanto la nacionalidad (basada, incluso, en la pluralidad) como la propia prosperidad económica bien distribuida.

* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
Depto de Estudios Internacionales.
FACS - ORT Uruguay.

Publicado en la Revista digital LETRAS INTERNACIONALES
Año 2 - Número 38 /Jueves 11 de setiembre de 2008
Montevideo - Uruguay

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