Una aproximación a la obra de Johann Gottfried Herder ¿Qué es la nación?
*Por Jonathan Arriola.
“Just as  entire nations  have one language in common, so they also share favorite path of  the  imagination, certain turns and objects of thought: in short, one genius   that expresses itself, irrespective of any particular difference, in  the  best-love works of each nation’s spirit and heart.”
Johann  Gottfried Herder
Como las ideas no son un  elemento exógeno sino que, la mayoría de las  veces, surgen en perfecta  sintonía con el contexto de una época -con el “esprit du temps”- suelen  darnos retratos  más fieles de lo que aconteció, acontece u acontecerá,  en un determinado  momento histórico. Por ello, no es casual que la  idea de nación emergiera y se  afianzara teóricamente, y como en ningún  otro lado, en la Alemania del siglo XIX. Hagamos memoria de aquel   estado de situación.
Lacónicamente, al concretarse el Imperio Francés luego de la Revolución, las tropas napoleónicas harían una poca amistosa incursión por tierras germanas golpeando duramente el ego del ejército prusiano. Aquel desborde revolucionario, y la inmediata desilusión con el emperador Napoleón, generaría, principalmente en Alemania, un rechazo y un amplio malestar con todo lo tildado de “francés”: en filosofía, lo “francés” era sinónimo de Ilustración. Como consecuencia, una enorme resistencia, sino una auténtica sublevación, se abrió paso en contra de todo el andamiaje filosófico construido por la Las Luces que, si bien no fue exclusivo de Francia, nadie podía negar que su epicentro radicó allí.
Lacónicamente, al concretarse el Imperio Francés luego de la Revolución, las tropas napoleónicas harían una poca amistosa incursión por tierras germanas golpeando duramente el ego del ejército prusiano. Aquel desborde revolucionario, y la inmediata desilusión con el emperador Napoleón, generaría, principalmente en Alemania, un rechazo y un amplio malestar con todo lo tildado de “francés”: en filosofía, lo “francés” era sinónimo de Ilustración. Como consecuencia, una enorme resistencia, sino una auténtica sublevación, se abrió paso en contra de todo el andamiaje filosófico construido por la Las Luces que, si bien no fue exclusivo de Francia, nadie podía negar que su epicentro radicó allí.
Ese disgusto con lo “francés” resultará  en un nuevo proyecto filosófico, en una nueva visión del mundo. Grosso modo, a la “fría”  razón se le opondrá la ardiente pasión; a lo monolíticamente  definido  como “objetivo” responderá lo relativo y lo subjetivo, al universalismo generalizador le seguirá  la reivindicación de lo particular, de lo propio, de lo nacional. 
Todos los elementos  anteriormente señalados estallarán en el movimiento  cultural y  filosófico del Romanticismo, cuyo preámbulo será la corriente del “Sturm und drang” iniciada,  para finales  del siglo XVIII, por el autor que aquí nos ocupa: Johann  Gottfried Herder. Entre  otras muchas cosas, este filósofo alemán  pasaría a la historia, justamente,  porque será de los primeros en  sentar las bases teóricas de la “nación”.
Si los iluministas habían  sido, en su mayoría, personas pertenecientes a  la nobleza, con una  temprana educación formal y, en general, con una buena  posición  económica, los filósofos pre-románticos y románticos, en cambio,   provendrán de clases bajas o medias y, como cabía esperar de la región  cuna de la Reforma, con una fuerte tradición luterana. En ambos   sentidos, Herder no será la excepción. 
Siendo consecuente con la  influencia luterana que tiñera su crianza,  Herder, a la edad de 18  años, trabajará como profesor de grados elementales en la Facultad de  Teología en la ciudad de Königsberg. Durante  esa temprana experiencia  laboral, entraría en contacto con un extraño pero esencial  personaje  que marcará tanto su vida personal, ya que entablarán una duradera  amistad,  como su obra: Johann Georg Hamann. Este peculiar filósofo,  quien era un  iluminista arrepentido, representaba, por aquel momento,  el más fiero  irracionalismo: su religiosidad ultra-ortodoxa y su misticismo casi anacrónico  lo  harían famoso entre las filas enemigas del Iluminismo. Si, de un  lado, Herder  estaría en contacto continuo con un irracionalismo  reaccionario, por otro, y  paradójicamente, su desarrollo intelectual  también sería influenciado por  Immanuel Kant, ex amigo de Hamann, y  quintaesencia del racionalismo moderno.  Asombrado por la capacidad  prodigiosa de  Herder, Kant le permitiría asistir a sus lecturas  privadas, durante dos años, sobre  metafísica de manera gratuita. Pese a  que las diferencias de opiniones se  hicieron evidentes desde el primer  momento, Herder no dejó de reconocer la  influencia, la generosidad y  el genio superior de Kant.
Amigo cercano de Goethe,  mediante el cual influyó a toda la literatura  alemana (hasta que este  último comenzó a hacerse famoso), admirador de Rousseau  (un ilustrado  dudoso) y teniendo en amplia estima la obra “El espíritu de las leyes”  de Montesquieu, los trabajos de Herder exhibirán  esa matriz filosófica  referencial. Con un estilo particular, radicalmente  opuesto a la  rigurosidad lingüística del Iluminismo, los escritos de Herder están   imbuidos en un tono poético, casi musical y, por momentos, oscuro y  pasional. Además,  suelen sobrevolar lo místico y, tal y como será  identificable en gran parte de  la nueva “camada” de intelectuales  pre-románticos y románticos, sus textos  manejarán una especie de  superabundancia; una inmensidad teórica verdaderamente  inagotable. 
En efecto, la filosofía  herdereana tendrá, como señalará correctamente  Isaiah Berlin, tres  pilares fundamentales: el populismo, el expresionismo y el   nacionalismo. Si bien todos los relatos constituyen un único entramado,   relativamente coherente, el que verdaderamente nos interesa es el  último.  
Antes de continuar, hay que advertir que la noción de “nación” que presentará Herder es  cuantitativamente distinta a la que todos tenemos intuitivamente. 
Aunque en su obra, Herder  señalará, al igual que Montesquieu, la  importancia del contexto  geográfico, climático, etc. para definir los lazos que  componen una  determinada nacionalidad, por sobre todo recalcará a la cultura  como la  entidad, par excellence, que  dota de cohesión interna a toda nación.  Tanto  es así que Herder identificará, a través de la cultura nacional, el “espíritu” particular de cada nación, el “Volkgeist”.  Esta se hará cognoscible  sensorialmente a través de la pintura, de la  literatura, de la escultura, de la  arquitectura, de las normas y leyes,  etc. que producen naturalmente los pueblos  y que, al dotarlos de  originalidad, los distinguen de cualquier otro “Volk”. Es  posible advertir una cierta  morfología de las culturas; ciertos rasgos  que, aún con el inexorable paso del  tiempo, se mantienen inalterables.
Si bien todas esas formas  de auto-expresión nacionales nos permiten desentrañar,  empíricamente,  el carácter intrínseco de una nación; el elemento que, por su  propia  esencia, nos dirá Herder, revela más fielmente la personalidad de un   grupo humano será el lenguaje. 
El lenguaje es la herramienta privilegiada para adentrarse en el “Volkgeist”.   Éste, además de ser el instrumento esencial para la comunicación  humana, es el  que mejor nos permite sondar en la experiencia colectiva  de un “Volk”. Y ello porque el lenguaje tiene  una clarísima  característica: debido a su elasticidad, a su dinamismo, pero  también a  su capacidad de resistencia, va dejando impreso el paso del tiempo;   las huellas de momentos culturales, sociales, económicos, políticos,   científicos, únicos en el timing de  esa nación. 
Así, en la fisonomía de  todo lenguaje queda impreso un sello histórico  particular. Como abrigo  de una historia nacional, la función del lenguaje es  primordial: es una  articulación, sino el lazo, por antonomasia, que une ineludiblemente   al individuo con todos los otros co-nacionales. Y aquí radica el quid  de la cuestión. Puesto que para  pensar es absolutamente indispensable  un determinado lenguaje, los individuos,  en tanto seres pensantes y  pertenecientes a un “pueblo”, y, por ende, a una misma cultura e  historia, haciendo uso  del lenguaje que les es heredado, su  pensamiento quedará condicionado por  aquella manera de pensar propia de  su “Volk”. Es decir, en la medida en que cada lenguaje  “recuerda”, a su manera, las  vivencias histórico-culturales de las  naciones, y, en la medida en que cada uno  conlleva una gramática, una  sintaxis, una sonoridad, una velocidad y una  estructura interna  irrepetible,  éste llevará  a los individuos de cada nación a andar por  determinados “corredores” de ideas;  a sondar inimitablemente por  ciertos resquicios del pensamiento. Sin embargo,  no hay subterfugio  posible: no importan cuán numerosos éstos sean, todos y cada  uno de los  caminos del pensar a los que predisponga el lenguaje siempre serán  los  propios de su “Volk”. 
De esta manera, el  individuo será no sólo el portador natural,  consciente o inconsciente,  de un formar particular de relacionarse con el mundo,  sino que, y es  aquí donde interviene el expresionismo, con cada obra literaria,  con  cada pintura, con cada pieza musical, se expresará, conjuntamente con su   personalidad individualidad, a la totalidad a la que pertenece:  plasmará el “Volkgeist”. 
Los individuos  herdereanos, no estarán “sueltos” y perdidos dentro de la  nación sino  que, cual objeto atraído por la gravedad, éstos se sentirán atraídos   por el epicentro cultural de su “Volk”.  En esa, su matriz natural, y sólo en ella, aquéllos se sentirán plenos y  capaces de auto-realizarse.  
Nótese que Herder no apela  a ninguna idea política para definir su  concepción de la nación. En  ese sentido, la obra de Herder, a diferencia de lo  que propondrán los  totalitarismos nacional-fanáticos, no apuntó a concebir a la  nación  como una entidad política ni racial. Ésta es, más bien, una unidad   “natural” que se desenvuelve viva y espontáneamente sin la necesidad de   cohesión política alguna. Es más, Herder sentirá repugnancia, tal vez  producto  de los desmanes de la Revolución Francesa, por el Estado. La   historia de los Estados, escribirá Herder, es la historia de la búsqueda  de  poder, de la guerra, de la destrucción y de la conquista. Las  naciones, en  tanto se mantengan como las unidades naturales que son, e  inmunes a todo  artificio estatal, convivirán en armonía, respetándose y  valorándose unas a las  otras.
Puesto que vivimos en un mundo en donde el Estado-nación se ha consolidado  como el  actor constitutivo del  sistema internacional, nos hemos habituado,  salvo en escasas excepciones, a dar  por sentada la correlación entre  esas dos entidades (Estado y Nación). Este recorrido por el concepto de  nación  herdereano, nos remitió, entre otras cosas, a que esa devenida  unidad no estaba,  al menos en principio, planteada como tal. Sea que  consideremos esta  teorización de la nación, una un tanto colorida,  ingenua y/o en su expresión  internacional, hasta utópica, vale la pena  apuntar estas ideas a los efectos de  abordar la complejidad de la  realidad, no con un puñado de escasos y rígidos  conceptos, sino con una  visión más pluralista y, por lo tanto, más abarcadora. 
* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.   
Depto de Estudios Internacionales.
FACS - ORT Uruguay.
Depto de Estudios Internacionales.
FACS - ORT Uruguay.
Publicado en la Revista digital LETRAS INTERNACIONALES
Año 3 - Número 8/2Jueves 22 de octubre de 2009
Montevideo - Uruguay
Montevideo - Uruguay

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