Honduras: un conflicto interminable.


*Por Jonathan Arriola.


En los últimos meses, los latinoamericanos hemos sido testigos de una agitación política de grandísimas proporciones en el país centroamericano de Honduras. Como consecuencia inmediata al hecho, hemos visto desfilar a varios mandatarios políticos de la región y a sus delegaciones diplomáticas que han puesto todo su esfuerzo en un, hasta ahora, frustrado intento por sanear pacíficamente la situación. Pese a que la inestabilidad institucional no es una patología exógena de las democracias latinoamericanas sino que, por el contrario, ha sido, por momentos, la situación normal del relacionamiento político en algunos países, igualmente no dejar de sorprendernos lo que está pasando actualmente en Honduras para este siglo XXI.

Desde hace tres meses atrás  (fecha en la que se concretó el golpe de Estado) no dejan de sucederse, una tras otra, decenas de noticias que no hacen más que poner de relieve lo realmente delicado de la situación del país. Fracasados los intentos de mediación por parte del presidente costarricense Óscar Arias y  truncadas todas las gestiones diplomáticas puestas en marca, la situación no parece vislumbrar una posible solución. En cambio, parecería que con el correr del tiempo, la situación desmejora; sobre todo a la luz de lo que ha sucedido en los últimos días.

Calificado por el representante alterno de los Estado Unidos ante la OEA, Lewis Amselem, como “irresponsable” e “idiota”, lo cierto es que el inesperado regreso del ex presidente derrocado, Manuel Zelaya, a tierra hondureña y su literal “atrincheramiento” en la embajada brasileña, ha generado que el ya de por sí intranquilo “climax” político se incrementara exponencialmente. Tanto es así que, desde el 21 setiembre (día en que arribó Zelaya a Honduras) hasta ahora, se han producido vertiginosamente varios acontecimientos. Alborotadas las pasiones partidarias, que encarnaron en diversas marchas populares pidiendo por la restitución de Zelaya, el gobierno de facto de Micheletti quedó en una verdadera encrucijada, tanto a nivel doméstico como también a nivel internacional.

A nivel nacional, los ánimos alterados propiciaron el endurecimiento de la política del gobierno. Así, primero se decretó primero un toque de queda, luego se procedió a combatir a las recurrentes marchas callejeras, pro-Zelaya (lo que terminó con un saldo de tres muertos) hasta llegar a la reciente clausura de medios de comunicación y la suspensión de las libertades civiles esenciales: la de expresión, la de circulación y la de asociación. 

Ese último punto fue el que suscitó la mayor inquietud en el ámbito internacional; sobre todo porque el mismo día de decretada la restricción de las libertades se detuvo a cinco miembros de la OEA, siendo, cuatro de ellos, expulsados del país. La comunidad internacional, que había estado pidiendo reiteradamente la restitución de Zelaya, mostró preocupación a la vez que volvió a condenar la situación hondureña.

Si faltaba algún otro elemento más para agudizar la tensión, ese lo dio la sorpresiva, y por demás pintoresca, participación de Zelaya, a través de un teléfono celular, en la última reunión de la Asamblea General de la ONU en donde instaba a la comunidad internacional a tomar medidas contundentes con respecto al mandato de Micheletti, además de denunciar la existencia de un presunto plan para asesinarlo.

Capítulo aparte merece la relación del gobierno hondureño con el brasileño. En estos últimos días, como era de esperar, el refugio de Zelaya en la embajada brasilera, no causó ninguna simpatía entre las filas gubernamentales. Es más, podríamos decir que Zelaya se encuentra hoy virtualmente asediado por varios efectivos militares del gobierno de Micheletti. Como resultado, el intercambio Honduras-Brasil se ha encrespado alarmantemente. Si en un principio el gobierno hondureño le exigió a Brasil sacar de su embajada a Zelaya para que fuera arrestado por las violaciones que éste cometiese a la constitución del país centroamericano, ahora directamente se anunció un ultimátum de diez días amenazando con revocar la condición de sede diplomática del Brasil y con tomar medidas “adicionales” si no se cumple con la ya mencionada reclamación.

La impaciencia hondureña fue respondida por el presidente del “gigante del sur” de una manera tajante y con el estilo propio de una potencia regional, auto-consciente de ello: Brasil no acatará ningún “ultimátum de golpistas”.

Así, Brasil, quien no pierde oportunidad para hacer saber que quiere el liderazgo latinoamericano, se convirtió en el principal abanderado de la causa anti-Micheletti, reafirmando, eso sí, que, para resolver el conflicto, apelará únicamente a la vía diplomática. En su paso por la Asamblea de la ONU, Lula se refirió nuevamente al tema, pidiendo nuevamente la inmediata restitución del Zelaya en el poder; pedido al cual adhirieron otros mandatarios latinoamericanos. Además, solicitó una moción para que el Consejo de Seguridad de la ONU intervenga directamente en el conflicto.

Este martes, una especial preocupación mostró el Secretario de la ONU, Ban Ki-moon quien, además de tachar como de “inaceptable” la intimidación hondureña al Brasil, clamó por la pronta restitución de las garantías constitucionales al tiempo que apeló a las capacidades negociadoras de las partes, con asistencia de la ONU si fuese necesario, para sortear la grave problemática de manera pacífica.

No cabe duda que la suspensión de las libertades individuales básicas marca un antes y un después en la historia de este conflicto.

Efectivamente, en el ámbito local, Micheletti perdió el apoyo estratégico de los partidos (Liberal y Nacional) que, en su momento, habían respaldado el derrocamiento, pero que ahora no estaban dispuestos a asentir la interrupción de los derechos mínimos.

Ese repliegue de uno de los apoyos más importantes con los que contaba Micheletti, en el ámbito interno, más la unánime condena internacional al susodicho estado de emergencia decretado en el país, fueron los que influyeron a Micheletti para que, en las últimas horas, bajara la tónica autoritaria de su discurso y dar paso a uno más flexible. 

Más aún, hay que tener en cuenta que todo este embrollo político se está tejiendo de cara a las próximas elecciones del próximo noviembre. A propósito Micheletti expresó que, congruentemente con su nueva postura, haría todo lo posible para que el proceso se realice en las mejores condiciones, asegurando que suprimiría el estado de emergencia que prevalece en el país. En el mismo tono conciliador, este martes, Micheletti le envió “un fuerte abrazo” a su par brasileño como modo de ponerle paños fríos a la tirante relación.   

Amén de las ya mencionadas proyecciones internacionales, este variopinto episodio político de Honduras ha servido para poner de manifiesto lo poco efectivo de las instituciones americanas, en especial, la OEA. Si bien el golpe de Estado despertó rechazo unánime en el continente, esa monolítica reprobación parecería estar resquebrajándose por estas últimas horas. Puntualmente, me refiero al fracaso a la hora de consensuar una resolución conjunta con respecto a la problemática hondureña. La resolución, prevista para este lunes, no fue posible debido a la división que despertó el tema de la legitimidad de las elecciones que están estipuladas para el próximo noviembre.

A aquella alevosa incompetencia de la OEA, se le agrega la, hasta ahora, pasiva actitud de la ONU que, más que servir como un gran foro internacional en donde los Jefes de Estados y/o de Gobierno hacen sus descargas y expiaciones psicológicas, ha sido poco útil, en el sentido práctico, en lo que tiene que ver  con la dilucidación de este conflicto así como también de otros problemas que se suscitan en el continente (como la reciente y desfachatada iniciativa chavista de ofrecerle a los rusos el territorio venezolano para la implementación de bases militares).

Es realmente preocupante que, una nación débil económicamente, sin aliados, con el repudio internacional, tanto por parte de la comunidad de Estados como por los organismos económicos internacionales (como el FMI y el Banco Mundial), quebrantada institucionalmente, con denuncias continúas de violaciones a los derechos humanos, no encuentre un camino de entendimiento.

Sin embargo, lo que más ha de preocuparnos ahora es el proceso electoral inminente que, si los boicots anunciados por parte del Frente Nacional de Resistencia no son los suficientemente fuertes como para impedirlo, traerá nuevamente repercusiones internacionales (a modo de aperitivo, Nicaragua ya anunció que no reconocerá cualquier “farsa” electoral en aquel país).

En medio de esta complejísima y nublada situación algo es claro, los dos principales actores están en falta: Zelaya por no haber respetado, en su momento, el ordenamiento jurídico de su país al proseguir, poco inteligentemente, con una reforma constitucional claramente no permitida; y Micheletti por insistir en ser el gobernante cuando claramente su legitimidad no ha emanado de la soberanía ciudadana ni de las reglas del régimen democrático. Pese a que ninguno de los dos está en una posición de reclamación legítima, la intransigencia sigue en pie, aunque amainada en las últimas horas. Igualmente, y como están dadas las cosas, no sería insensato mirar con escepticismo a las próximas elecciones generales: ¿serán una verdadera solución o agravaran más aún el ya fragilísimo escenario?

*Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
Depto. de Estudios Internacionales
 FACS - ORT Uruguay

Publicado en la Revista digital LETRAS INTERNACIONALES
Año 3 - Número 79/ Jueves 01 de octubre de 2009
Montevideo - Uruguay

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