Somalia, generando la legitimidad
*Por Jonathan Arriola.
El pasado 1 de junio el presidente del Gobierno Transicional de Somalia, Abdullahi Yusuf Ahmed, sufrió dos atentados contra su vida. Los mismos reflejan la situación de tensión que sufre el país desde el derrocamiento del antiguo dictador Siad Barer, en 1992, y las dificultades políticas consecuentes. A partir de entonces el país ingresó en un proceso de división en varias regiones cada vez más autónomas, promovido por las distintas tribus que las ocupan. Es el caso de Galmudug, Maakhir y Jubalandia. El proceso avanzó mucho más en provincias como Somaliland y Puntland, que se destacan como las más estables y perdurables y que, en los hechos, ya se han declarado estados independientes.
Como si estas tendencias centrífugas no fuesen suficientemente problemáticas, en el año 2006 el Sur y el Centro del país quedaron bajo el control de las “Cortes Islámicas”. El vecino gobierno de Etiopía -(al sentirse amenazado por dicha situación)- le "declaró la guerra" a la milicia de las “Cortes Islámicas”, a las cuales consideró, no sin ciertos argumentos, "fuerzas terroristas". Así hace un tiempo nos encontramos con la peculiar situación de que el ejército etíope, con la ayuda del gobierno interino de Somalia y el apoyo de los Estados Unidos, decidieron enfrentar una fuerza política interna somalí. En la actualidad, esta peculiar alianza logró derrocar, efectivamente, a los islamistas.
El Gobierno Transicional de Somalia, que fuese instalado en 2004, se ha encontrado con enormes dificultades para establecer y mantener un gobierno centralizado. Amén de otros problemas más coyunturales, el fuerte fraccionamiento de la sociedad somalí, tanto en tribus, clanes como en grupos religiosos diversos, se constituye hoy como el principal obstáculo para la unificación estatal y la existencia de una razonable centralidad gubernamental. Y debemos tomar en cuenta que, en el Norte, ya Somaliland y Puntland se consideran territorios autónomos e insisten en una cerrada negativa a plegarse a dicho gobierno Transicional.
La complejidad del escenario somalí dificulta la formación de una opinión y de una conclusión categórica desde un lugar tan remoto como América Latina. A pesar de ello podríamos señalar que la actual situación en Somalia es producto de un conjunto de sucesivas decisiones políticas radicalmente ilegitimas que se fueron tomando a lo largo de su historia reciente.
El gobierno de Barer (el ex – dictador) no basó su poder, ni en el mandato popular, ni en el reconocimiento de la población: la dictadura se basó en su propia fuerza militar que utilizó para hacerse con el gobierno y que lo mantuvo mientras ocupó ese lugar. Sin embargo, la lucha desencadenada por los movimientos opositores al gobierno de Barer, tampoco pueden ser considerados como fuerzas de resistencia legitima al despotismo. Estos movimientos políticos se levantaron en armas para derrocar a un gobierno que atendía a la población en base a la satisfacción exclusiva de los intereses de determinados clanes (Barer, por ejemplo, no reconocía en su Administración a determinados grupos étnicos). Sin embargo, cuando los movimientos opositores se hicieron con el poder utilizaron los mismos métodos: incurrieron, infelizmente, en el mismo estilo político y orientaron sus decisiones a favor de otros clanes otrora desfavorecidos. Otra vez el gobierno cayó en la ilegitimidad.
La formación de los Estados "independientes" de Somaliland y Puntland responde, también, a la lógica de la única búsqueda de la legitimación del poder por parte de determinadas tribus, clanes o poblaciones regionales. Evidentemente, cuando no hay una organización política institucionalizada, mínimamente universal, encargada del orden y de instrumentar la legalidad "para todos", toda empresa política está condenada al particularismo clánico o tribal. Operar de otro modo condena a cualquier régimen a la derrota. Esto es algo que tienen muy en claro los distintos movimientos en pugna.
En este contexto, quizás un paso adelante sea que la religión se constituya como un elemento más universal y compartido por diversos grupos que, rápidamente, puede generar algún tipo de legitimidad política que permita avanzar hacia la conformación del Estado aun inexistente. De esta manera, la religión vendría a suplir los vacíos de legitimidad política que dejaron las autoridades (¿gobiernos?) anteriores.
Los gobiernos somalíes, desde la unión de los territorios coloniales italianos y británicos que dieron origen al país, no han logrado generar una verdadera unidad política constituida en torno a un acuerdo general de una mayoría significativa de los grupos integrantes de este país "potencial". Somalia se encuentra en la encrucijada y ante el desafío de generar una Nación que permita integrar a los diferentes clanes, expresiones culturales, religiones y que, además, pueda sortear las diferencias idiomáticas (en Somalia se habla somalí, árabe, italiano e inglés). De esa Nación debería surgir una autoridad (producto del reconocimiento de todos) estable y duradera. La dificultad de esta hazaña no sólo radica en el fraccionamiento y dispersión del poder, sino también en la inexistencia que se observa en Somalia de siquiera un germen de administración efectivamente "pública". Aunque el Gobierno Transicional ha estado dando algunos pasos hacia la construcción de un bosquejo de autoridad central -(como, por ejemplo, la autorización de la participación de políticos de Jubalandia, así como de Galmudug, en el gobierno), todavía queda un larguísimo trecho por andar.
Organizar políticamente la gran pluralidad social y cultural imperante en Somalia, generando una solución política democrática a legitimar es un desafío que parece un sueño.
* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
Depto de Estudios Internacionales.
FACS - ORT Uruguay
Depto de Estudios Internacionales.
FACS - ORT Uruguay
Publicado en la Revista digital LETRAS INTERNACIONALES
Año 2 - Número 25 / Jueves 12 de junio de 2008
Montevideo - Uruguay
Montevideo - Uruguay
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