El conocimiento y su justificación:
Algunos de los debates
contemporáneos
Por Lic.
Jonathan Arriola
jon.arriola@hotmail.com
- Una
tarea difícil: definir el conocimiento
En términos generales,
hasta la década de los 60’, había un consenso bastante amplio entre los
filósofos acerca de que el conocimiento[1]
estaba constituido básicamente por tres componentes: creencia, verdad y justificación.
El conocimiento era definido así como una creencia verdadera y justificada, siendo la justificación y la creencia las
condiciones que referían al sujeto, esto es, las condiciones psicológicas y
semánticas, y la verdad la condición
relativa al objeto, esto es, la condición epistémica u ontológica (Pritchard, 2006: 29).[2] Sin embargo, el
consenso en torno a ésa definición se rompió con la publicación del artículo Is Justified
True Belief Knowledge? (1963) del filósofo Edmund Gettier. La
argumentación de Gettier, aunque no radicalmente nueva[3],
apuntaba fundamentalmente a demostrar, contradiciendo a Chisholm, que se podía tener una creencia verdadera y justificada
que, sin embargo, no fuera
conocimiento. Con sus ejemplos[4],
Gettier ponía de relieve que en la formación de nuestras creencias pueden
intervenir arbitrariamente factores tales como la suerte o las presunciones
falsas que distorsionen la obtención pura de conocimiento. En efecto, según lo
que plantea ése autor, esos factores pueden hacer pasar por auténtico conocimiento
lo que no es sino una creencia que resulta verdadera meramente por la ayuda
imprevisible del azar.[5]
Si bien se han propuesto varias alternativas, varios “Gettier
Blockers”[6], es también cierto que el
problema todavía sigue siendo objeto de recurrente debate. Ahora bien,
lo importante a destacar es que los ejemplos de Gettier ponían de relieve la falibilidad de la justificación. En efecto,
el mensaje era que se pueden tener buenas o, incluso, muy buenas razones para creer lo que se cree pero ello no asegura
que esa creencia sea efectivamente verdadera y que, por esa vía, tengamos, por
lo tanto, conocimiento[7].
Lo importante a señalar
es que el planteamiento de Gettier sirvió para disparar una discusión acerca de
que, más allá del azar o de las presunciones falsas, existen también otras
cuestiones relativas a la justificación del conocimiento que urgen abordar y
que anteriormente no habían sido tomadas en cuenta. Por eso, lo que proponemos
aquí es detenernos en el análisis específico de la justificación del
conocimiento y ver el estado actual de la discusión. En la primera parte, abordaremos
la definición de la justificación y las dos corrientes que existen con relación
a cómo justificar el conocimiento. Luego, en la segunda parte, pondremos la
lupa en la propuesta dos autores que desarrollan una visión novedosa sobre la
justificación y su validación. Ellos son Harman, Pollokc y Meeker, quien, junto
a otros autores, introducen la concepción de la justificación como un hecho social sobre el cual, y por dicho
estatuto, se generan ciertas expectativas sociales. También veremos la visión
de Oswaldo Chateaubriand, quien desafía la idea de que el conocimiento consiste
en una creencia y provee de cuatro constricciones para validar la justificación.
Por último, tendremos unas conclusiones en donde destacaremos lo más importante
dicho en el cuerpo del trabajo.
- Sobre
la justificación
a)
El
concepto de justificación
Antes de abordar los
problemas de la justificación del conocimiento es preciso definir bien qué es
exactamente la justificación. Desde el punto de vista de su contenido, la justificación es, como ya
se dijo en la introducción, contar con buenas
razones, esto es, con cierta evidencia,
para afirmar una creencia. Desde el punto de vista formal, sin embargo, la justificación consiste en que mi creencia se
haya formado correctamente. De las perspectivas anteriores se deduce que no puedo tener buenas razones para
sostener una creencia a menos que esa creencia haya sido formada correctamente.
Pero ¿qué significa lo anterior? La meta de la justificación, como la del
conocimiento mismo, es llegar a la verdad. Pero, como demostró Gettier, no
siempre que se llega a la verdad se tiene conocimiento. En ese sentido, la
justificación es aquello que otorga garantía de que el proceso de formación de
mi creencia no sea determinado por factores no racionales.[8]
Sobre este punto, es
importante destacar que, como señala Pritchard, existe una estrecha relación entre
la noción de justificación y la noción de racionalidad. Esa relación está dada
principalmente porque, en realidad, sólo una justificación racional puede
aspirar a convertirse en conocimiento. Esto es simple: el conocimiento apunta a
la verdad y a la verdad se llega a través del uso de la razón. Es por ello que
en lo que a la adquisición de conocimiento se refiere son descartadas de plano
las justificaciones irracionales, como son las creencias basadas en la
arbitrariedad, en los postulados pseudo-científicos o en incoherencias lógicas.
En ese sentido, la justificación es algo así como el fundamento de mi creencia,
un fundamento que me asegura, si bien no una certeza absoluta, sí una alta probabilidad de que, y dadas las
garantías formales que exige toda justificación, mi creencia sea cierta. (http://www.iep.utm.edu/epistemo/)
De cierto modo, la justificación constituye entonces una suerte de sello de calidad de la creencia.
b)
La
pugna internalismo versus externalismo
Según el modo en cómo
se determina cuándo una creencia ha sido formada correctamente o no, existen
dos escuelas. Ellas son el internalismo
y el externalismo. Como dijimos, el
objetivo de un proceso de formación de una creencia es alcanzar la verdad.
Ahora bien, si entendemos la verdad en su sentido clásico, es decir, como correspondencia del sujeto con el
objeto, de la mente con el mundo, entonces se deduce que hay, al menos, dos maneras de aproximarse a la cuestión
de la formación de la creencia: por el lado del sujeto (mente) y por el lado del
objeto (mundo). Eso es precisamente lo que sucede con el internalismo y el externalismo.
Mientras que el primero enfoca el problema de la justificación desde la
perspectiva del sujeto, sosteniendo que la misma es básicamente un estado mental, el segundo lo hace desde
la perspectiva del objeto, afirmando, en cambio, que la justificación tiene más
bien ver con estar en una posición
adecuada con relación al objeto al momento conocer. De la diferencia de
abordaje, se desprenden criterios distintos para solucionar el problema de cómo
saber cuándo se está ante una creencia debidamente justificada y cuándo no, lo
que veremos a continuación.
1. Internalismo.
A esta corriente le preocupa cómo es que se forma la justificación en el plano
subjetivo. Por ello, lo importante para ella es identificar cuáles son los
factores internos que participan en la formación de la creencia, tales como las
creencias previas o los datos sensoriales. Asimismo, intenta determinar
criterios que permitan distinguir aquellos factores internos válidos de los que
no lo son. Para evitar la disrupción de factores no válidos en la adquisición
de conocimiento, al internalismo, y he aquí su carácter normativo, le interesa además
proveer a la mente de ciertas reglas, a aplicar volitivamente por el sujeto,
que le aseguren a la creencia un origen válido y una correcta formación. Quizás
el ejemplo más importante de la posición internalista la represente Descartes y
su criterio de las ideas claras y distintas[9].
Como es el caso del filósofo francés, los internalistas en general sostienen, retornando
a Aristóteles, que una creencia está justificada solamente cuando se fundamenta
en otra creencia previa y verdadera, lo que inevitablemente remite o bien al
problema de la primera verdad o bien al problema de cuándo detenernos en la
regresión, algo que, en realidad, siempre termina siendo imposible. En efecto,
es evidente que en el último caso el internalismo cae necesariamente en una
definición circular y doxástica de la justificación que se extiende ad infinitum[10].
Para muchos autores, esa idea de retrotraerse infinitamente es inaceptable
puesto que, en su concepción, la mente puede almacenar nada más que un número finito de creencias. Por esa razón, han
propuesto una manera de sortear el problema, inaugurando así una sub-corriente dentro
del internalismo, que se conoce como fundacionalismo.
Según el
fundacionalismo existen al menos un núcleo de creencias, llámeseles creencias
básicas, que no se justifican por derivarse de otras creencias sino que lo
hacen ya sea por ser auto-evidentes o porque apelan a fuentes no doxásticas, es
decir, que están por fuera del círculo las creencias, como son los datos de los sentidos. De esa manera, y
resumiendo, habría para el fundacionalismo, dos tipos de creencias: las derivadas
o superestructurales, esto es, aquellas que deben asentarse en otras más
elementales, y las básicas, a saber, aquellas que se auto-fundamentan, a modo
de punto arquimédico, a partir de su evidencia o de algún dado de los sentidos.
En este último caso, vale decir que el fundacionalismo internalista se torna
lindero con las teorías externalistas de la justificación, como veremos más
adelante[11].
Amén del
fundacionalismo, existe otra sub-corriente de pensamiento dentro del
internalismo denominada coherentismo, que, a diferencia de la primera, critica
fuertemente la versión fundacionalista de la justificación[12].
En efecto, de plano, al coherentismo no le convence la posibilidad de que
existan creencias que no estén basadas en otras creencias. De hecho, a menudo
se ha invocado la frase de Davidson según la cual “únicamente una creencia
puede ser una razón para otra creencia” como la premisa fundamental del
coherentismo. En efecto, para un coherentista, la justificación tiene que ver con
una relación holística entre las creencias más que con una fundamentación de
unas sobre otras hipotéticamente más básicas. Siendo más específicos, lo
anterior significa que, para el coherentismo, lo esencial radica en que el
conjunto de las creencias tenga, en tanto que sistema, no sólo una coherencia
interna sino también una sólida consistencia lógica. Según este paradigma,
entonces, el grado de justificación de una creencia sólo puede medirse en
relación con el vínculo analítico que mantiene con otras creencias, con las que
constituye una red amplia y única. En ese sentido, mientras el fundacionalismo,
sin abandonar del todo la posición subjetivista, apunta, más bien, a desentrañar
el origen de una creencia, y a avalar
desde allí su validez, el coherentismo apunta principalmente a la consistencia interna
como criterio de la justificación.[13]
2.
Externalismo.
En la otra punta, tenemos, en lo relativo a la justificación del conocimiento,
la postura externalista. Si al internalismo le ocupa establecer cómo es que la
creencia se justifica en el ámbito subjetivo de la mente, al externalismo le
ocupa saber cómo es que la creencia se justifica si partimos del mundo.
Seguramente sea el fiabilismo (reliabilism)
la versión más difundida del externalismo. Si bien se reconoce a F.P. Ramsey
(1931) como el primer autor fiabilista, Alvin Goldman (1967) se convirtió en el
filósofo más importante de esta corriente al responderle a Gettier que el
conocimiento no es sino una creencia verdadera que se ha formado de una manera apropiada. Aunque Goldman
no dio definición alguna de lo que debía entenderse por “apropiada”, se ha
interpretado que el autor apunta con dicha noción al descubrimiento de aquellos
mecanismos de orden biológico que generan una creencia correcta.[14]
En este caso, entonces, el acento está puesto principalmente en desentrañar el proceso cognitivo que da como resultado
una creencia verdadera, que se concibe como esencialmente causal y que no
exhibe ninguna diferencia con el resto de los procesos naturales. Sintentizando:
para esta concepción, la justificación no es un problema de interconexiones
apriorísticas, de creencias o de estados psicológicos, sino de conexiones
causales que se establecen entre el mundo, los sentidos y el sujeto. No hay reglas
a aplicar volitivamente por parte del sujeto, como en el internalismo, sino simplemente
causa y efecto. En efecto,
como explica Kelly:
“When I look at a chair, the light it reflects
stimulates my eyes, setting off a neural process that results in the judgement
“That’s a chair”. In normal circumstances I would not be led to make this
judgment unless it were true. The causal mechanism tracks the perceptual
environment in a way that makes them reliable.” (1991: 168)
En este punto, es
necesario advertir que no es que Goldman, ni el fiabilismo en general, nieguen la
importancia de la creencia en la justificación del conocimiento. En particular,
Goldman reconoce, como hace el fundacionalismo, que existen dos tipos de
creencias: las básicas y las derivadas. Mientras las primeras están justificadas
sólo si nacen de un proceso incondicionalmente
confiable (reliable), como es un
proceso cognitivo correcto en el que no
intervienen otras creencias, las segundas están justificadas sólo si extraen su
validez de otras creencias a las que se tiene por verdaderas, el cual es un
proceso parcialmente confiable. Es
importante señalar que, para el falibilismo, no sólo el razonamiento deductivo o
los datos de los sentidos son relevantes a la hora de determinar cuál es el
proceso adecuado que lleva a verdad sino también los testimonios de terceras
personas, la memoria e incluso la activación de ciertas conexiones neuronales.
Una diferencia crucial
entre el internalismo y el externalismo es que para el segundo, poco importa si
el sujeto es o no consciente del proceso de formación de su creencia. En ese
sentido, no hay necesidad de self-awareness
ya que lo que importa es que el proceso en sí sea confiable, independientemente
de qué es lo que experimente internamente el sujeto. Es claro entonces que si el
internalismo adopta una perspectiva en primera persona, el externalismo adopta
una perspectiva más bien en tercera persona. El problema con este abordaje,
como reprocha Bonjour, es que, de ese modo, al sujeto no se le genera ninguna
obligación epistémica. En efecto, el sujeto no debe ajustar su creencia a
ninguna regla epistémica o psicológica puesto que no es requerido de él
reflexión o crítica alguna. Desde este punto de vista, entonces, y de nuevo,
como señala Kelley:
“If the subject is not aware of how his belief arose,
if he knows nothing of the nature or reliability of the process that produced
it, then from his standpoint the belief is arbitrary and unfounded. It has the
same epistemological status as a conviction based on whim, hunch, or dogma.” (1991:168)
Dejando de lado estas
objeciones al externalismo, es válido recalcar que tanto el internalismo como
el externalismo son las visiones que organizan la discusión en torno al
conocimiento y su justificación. No obstante ello, en las últimas décadas ha
emergido una concepción según la cual el conocimiento y también la
justificación, en tanto parte de éste, deben ser considerados como un hecho
social. Lo que veremos en la siguiente parte.
- La naturaleza social de la
justificación según Meeker
En los últimos años, se
puede constatar una fuerte tendencia a considerar el conocimiento y su
justificación en el marco del contexto social. Si bien, en su definición
mínima, está claro que el conocimiento es esencialmente una relación que
establece un sujeto con un objeto, ése sujeto no se encuentra, como el cogito cartesiano, en un vacuum, aislado completamente del resto
del mundo, ni mucho menos del mundo
social que lo rodea, lo permea y, en gran medida, lo constituye. A veces no
es la suerte, las presunciones falsas o la falta de información las que impiden
el acceso al conocimiento sino el ambiente social. Ésa es justamente la
propuesta de Kevin Meeker, en su Justification
and the Social Nature of Knowledge (2004), quien quiere introducir en la
ecuación del conocimiento un término que, según él, ha sido sistemáticamente
pasado por alto: la participación de lo social.
La visión de Meeker no
es radicalmente nueva. En realidad, su epistemología se afianza en la línea filosófica
trazada por Harman y Pollock. El primero, a través de dos ejemplos, sostiene
que la evidencia que posee un sujeto, en un determinado momento, no tiene
porqué ser necesariamente toda la evidencia relevante que se requiere para
obtener conocimiento. Puede suceder que la evidencia que otro sujeto tenga sea
también relevante, o incluso crucial. De hecho, y según Harman, en caso de que
las evidencias relevantes no sean consideradas, no podemos decir que el sujeto
tenga conocimiento, ya que hay una parte de la evidencia, que podría ser importante
o incluso determinante, pero que, sin embargo, no ha sido tenida debidamente en
cuenta a la hora de evaluar una proposición. (2004: 158)
Por su lado, Pollock
apunta, de modo similar, a que el contexto social exige que el sujeto esté al
tanto de ciertas cosas al momento de conocer. Es decir, y para poner un
ejemplo, se espera que chequeemos regularmente nuestro e-mail si queremos tener
noticias del lugar en donde se encuentra un amigo o un familiar al que hemos
despedido recientemente (2004: 159). De lo contrario, no estaremos justificados
para creer nada con respecto a su paradero. Con esta exigencia, Pollock
introduce una distinción que no está del todo clara en Harman: a saber, la mera
posibilidad de obtener una evidencia no basta para frustrar el conocimiento. En
realidad, fallamos en la obtención de conocimiento sólo en el caso de que sobre
ésa posibilidad no tenida en cuenta haya pesado una expectativa social,
ignorada por el sujeto. Esta visión es precisamente la que Meeker sostiene y
trata de defender a lo largo de su texto. Pero, más allá de las diferencias de
cada uno, lo importante a destacar es que, para los tres autores, existen ciertas obligaciones
epistémicas que se derivan, no de buscar la coherencia del pensamiento consigo
mismo o de procurar una relación apropiada con el objeto, como en el internalismo o el externalismo, sino, y
exclusivamente, del contexto social en la que se enmarca la relación
cognoscitiva. De forma general, podemos decir, con Meeker, que: “[…] we cannot
claim that the belief counts as knowledge if, roughly speaking, the social
situation conspires to deprive the belief of the warrant needed to be a piece
of knowledge.” (2004: 159)
- El
conocimiento y la justificación según Chateaubriand
a) El conocimiento y la creencia
Además de la
consideración del conocimiento como un hecho social, tenemos la propuesta del
filósofo Oswaldo Chateaubriand quien, en sus dos tomos de Logical Forms (2001), avanza una visión más audaz, que no sólo desafía
la idea de que el conocimiento sea una creencia,
a la que se le añaden los atributos de “verdadera” y “justificada”, sino que también
cuestiona la crítica de Gettier a la concepción tradicional del conocimiento.
En primera lugar, el autor rompe con
la noción, ampliamente difundida, de que el conocimiento es una creencia. Así, de la definición
tripartita del conocimiento, Chateaubriand se queda solamente con la verdad y
la justificación, descartando que la creencia sea un elemento absolutamente
necesario o determinante en la definición del conocimiento. Es la gran ambigüedad
de la palabra “creencia” lo que, sobre todo, lleva al autor a sospechar de su
estatuto como elemento constitutivo del conocimiento. Precisamente, la palabra “creencia”,
como señala, encierra diversos significados, desde una fe religiosa hasta una
mera.
Pero, y por otro lado,
que la creencia quede fuera de su definición de conocimiento no significa que la
misma no tenga cabida alguna en la obtención de conocimiento. El autor reconoce
que las creencias cumplen un rol importante cuando se trata de juntar evidencia
y justificaciones puesto que sirven para mostrar una dirección y así orientarnos
frente a un problema determinado. Sin embargo, al mismo tiempo advierte que el
rol de las creencias no es esencial debido a que, como da cuenta la historia,
muchas veces se llega a un conocimiento simplemente jugando con ciertas ideas
que no tienen soporte en creencia previa alguna. Peor aún, las creencias, en su
visión, pueden a veces incluso llegar a entorpecer la búsqueda de conocimiento
dado que[15],
a la vez que nos orientan en cierta dirección, nos hace estar ciegos a otras. (2001:
357)
Aún cuando acepta el
papel que puede jugar la creencia en el conocimiento, en lugar de hablar de
“creencias” a secas, Chateaubriand prefiere hablar, en lo que concierne a los
problemas específicamente epistemológicos, de “creencias teóricas”, un término que,
no hace falta decir, es mucho más preciso. A lo que apunta con el concepto de
“creencias teóricas” es básicamente a dos cosas. Primero, y como veremos, pretende establecer una
diferencia con el uso ordinario de la palabra “creencia” ya que una “creencia
teórica” no es sinónimo de opinión o de fe. Segundo, con su idea de las
“creencias teóricas” Chateaubriand procede a redefinir la relación
creencia-justificación. En efecto, no es que la justificación tenga que
apuntalar una creencia que se forma de antemano, como había sostenido
tradicionalmente la epistemología, sino que, inversamente, es a partir de la justificación que se deben
extraer las llamadas “creencias teóricas”[16]
(2001: 356). De hecho, es así
que el autor señala que: “the better the justification, the stronger the
belief: theoretical belief, of course.” (2001: 351)
La creencia común y la
creencia teórica se diferencian, en el sistema de Chateaubriand, en el hecho de
que mientras que la primera está ligada a una afirmación ciega, a menudo
irracional, la segunda está vincula a la noción de “conocimiento teórico”. El “conocimiento
teórico" es, en resumidas palabras, aproximarse con una visión racional a
las cosas y a los procesos del mundo. A diferencia del conocimiento propiamente
dicho, cuando tenemos “conocimiento teórico” carecemos de certeza absoluta de
cómo son esas cosas y procesos en realidad[17].
Pero más que un logro, dicho conocimiento significa, ante todo, un moverse en
el recinto de lo racional, lo que implica contrastar los diversos sistemas
teóricos-explicativos que existen sobre un problema en específico, advertir sus
fortalezas y debilidades, y estar abierto a la posibilidad de crear síntesis
fructíferas a partir de los mismos (2001: 351).
En este marco, la
creencia teórica entra en escena cuando lo que tenemos no es sino un raso empate
de razones y justificaciones, de ventajas y desventajas, esto es, una suerte de
igualdad epistemológica entre los sistemas racionales propuestos, que no deja
decidirnos por ninguna de las posturas en cuestión. Entonces, en ausencia de evidencia
racional y concluyente, simplemente queda decidir creer en una de ellas[18].
Ahora bien, esa creencia no es religiosa ni dogmática puesto que si bien
impele, en el marco de una incertidumbre, a decidirse por una determinada
posición teórica, también tiene que ver con sopesar racionalmente los pros y
los contras de las posiciones disponibles y, especialmente, en saberse en
posesión de una verdad parcial, provisoria y, sobre todo, falible[19].
Ahora bien, para tener una creencia teórica, debe darse la condición sine qua non de que la justificación con
la que contamos sea una que, dado un nivel de conocimiento x en un momento
determinado y, esté más allá de toda duda
razonable[20]
(2001: 356). En este punto en particular, Chateaubriand puntualiza que, aún
teniendo una justificación más allá de toda duda razonable, puede haber casos
en los que, por distintos motivos, alguien se niegue a creer en una determinada
proposición. Sin embargo, ello no significa, a juicio de Chateaubriand, que el
sujeto negador no tenga conocimiento en caso de que la proposición pruebe ser
verdadera. El autor es muy claro a ese respecto:
“We can disbelieve the proposition, but if we accept
that the justification is a justification beyond a reasonable doubt, and the
proposition is true and the justification is correct, then we know.” (2001: 357)
En ese sentido, Chateaubriand
se alinea en una posición externalista
ya que la percepción de la subjetividad no cuenta a la hora de determinar
cuándo se tiene conocimiento sino más bien el hecho de que la proposición sea objetivamente verdadera. De esta manera,
Chateaubriand, decide darle prioridad a lo objetivo por sobre lo subjetivo, a la
constricción ontológica de la verdad sobre la constricción psicológica de la
percepción y del parecer.
Por otro lado, el autor
también plantea una distinción sutil en relación a la justificación que
entiende es clave para hacer un correcto abordaje de los problemas de Gettier. Nos
referimos a la distinción, de reminiscencias Sellerianas, entre lo que parece ser una justificación correcta y
lo que es efectivamente una
justificación correcta[21].
Del mismo modo en que distinguimos entre lo que parece ser verdad y lo que es,
razona Chateaubriand, debemos distinguir entre lo que parece ser una justificación correcta y la que, de hecho, lo es. La restricción ontológica no debe valer
solamente para la proposición sino también para la justificación. Puede ser que
me parezca ver un conejo en la llanura pero, para que esa justificación sea epistemológicamente
válida, esta premisa sobre la que realizo la inferencia “x es un conejo en la llanura” debe ser correcta (2001: 365). Si no lo
es, entonces no puedo decir que tenga una
creencia verdadera justificada, como argumenta Gettier. La justificación no
sólo no está más allá de toda duda
razonable sino que además no es fehaciente, ergo, ningún conocimiento
verdadero se puede derivar de ella. Es de recibo señalar que aquí también se
cumple la preeminencia de la realidad objetiva sobre la interioridad subjetiva,
lo que parece distinguir a la propuesta de Chateaubriand.
b) Las cuatro constricciones a la
justificación
Otra contribución
interesante de Chateubriand es la relativa a cómo validar la justificación en
tanto noción epistemológica. Para ello, nuestro autor plantea que la
justificación debe cumplir con cuatro restricciones. Dichas restricciones son
las mismas que se aplican para la prueba. Pero ello no es casual dado que, como
él mismo señala, prueba y justificación son, en su esquema epistemológico, una
y la misma cosa[22]. Las
restricciones son la estructural, la psicológica, la social y la ontológica y
es de notar que las misma comprehenden tanto el ámbito internalista (la
estrcutural y la psicológica) como el externalista (la social y la ontológica).
La primera
constricción, la estructural, refiere al hecho de que toda justificación debe
tener alguna estructura lógica. Esta constricción exige que independientemente de
la forma específica tiene que haber razones que doten a la justificación de una
estructura. En cualquier caso, esa estructura estará compuesta, de forma
genérica y en orden ascendente, por una premisa, inferencia y conclusión. Superficialmente,
una justificación, puede fundamentarse, lisa y llanamente, en una experiencia,
pero aún cuando esa experiencia sea directa, siempre subyace detrás de ella,
asegura el autor, una estructura lógica que seguramente sea más compleja (2001:
395). En esta materia, generalmente se ha aceptado la distinción entre las
pruebas (o justificaciones) idealizadas, producto de una construcción racional,
y las pruebas efectivas o reales, esto es, los fenómenos a secas. Pero Chateaubriand
no acepta del todo esta diferenciación, aseverando, en cambio, que toda prueba
tiene, por naturaleza, una estructura sintética.
Autores como Hilbert y
Enderton han subrayado la idea de que dado que le mundo de las pruebas
efectivas, la realidad misma, es finita, entonces se debe imponer sobre las
pruebas ideales una constricción de finitud. Sin embargo, nuestro autor no cree
que sea necesario “proyectar las pruebas idealizadas al mundo” o, lo que es lo
mismo, rebajar la representación a la altura de los llanos fenómenos.[23]
Argumenta que el mismo acto de teorizar, corazón del conocimiento científico,
implica no constreñirse al mundo fenoménico, sino ir más allá. Ahora bien,
llevado a un extremo, este ir más allá, como también advierte, puede
convertirse en una voluntad de prescindir absolutamente de las pruebas
efectivas, lo que tampoco es satisfactorio.
Para resolver la
dicotomía, y transitar por un camino intermedio, Chateaubriand apunta a que
toda teoría de la prueba comporta estructuras ideales que, no obstante, se refieren a realidades (pruebas) efectivas.
No es que el mundo de los fenómenos sea infinito, sino que la experiencia subjetiva
de ésos fenómenos, como apunta Brouwer, se manifiesta al sujeto de manera
inagotable e infinita, siendo esto precisamente lo que da pie a una
idealización; una idealización que, no obstante, se construye a partir de los fenómenos (o pruebas
efectivas). De ello mismo se deduce la estructura sintética de la prueba o
justificación por la que Chateaubriand aboga.
La segunda restricción
es la psicológica y tiene que ver esencialmente con la convicción subjetiva. Es
decir, se considera que una buena justificación es una justificación que es realmente convincente. Pero para que una
prueba sea realmente convincente debe estar, según la restricción psicológica
planteada por el autor, más allá de toda duda razonable. Ahora bien,
Chateaubriand no está de acuerdo con Church en que ésa convicción tenga que ser
final, ni siquiera con que tenga que ser absolutamente certera, ya que el autor
quiere dejar abierta la posibilidad de un cambio de postura en el futuro. Tampoco
defiende la idea de que la deducción sea necesariamente superior a la
inducción, como se sostiene por parte de algunas corrientes filosóficas. Para
él, ambos modos de razonar pueden llegar a ser igualmente convincentes, según
el tema del que se trate. De hecho, Chateuabriand argumenta que el grado de
convicción necesario dependerá la disciplina y el área de conocimiento en
cuestión.
Luego tenemos la
tercera restricción: la social. A través de ella, Chateaubriand, como Meeker,
Pollock y Harman, busca hacer de la justificación, como del conocimiento, un
hecho social que, en tanto que tal, debe ser escrutado por los distintos grupos
de la sociedad. A grandes rasgos, para el autor, esta restricción social consiste,
en descomponer una prueba en sus diferentes instancias y reducirlas hasta sus
componentes mínimos. Con esta “descomposición epistemológica”, como la llama,
se espera que la prueba sea reconocida, en todo su despliegue, como legítima por
los distintos grupos sociales (2001: 311). Ahora bien, a diferencia de Church y
Enderton, quienes salen a la búsqueda de una aprobación universal para una
determinada prueba, Chateaubriand afirma que ello no es estrictamente
necesario. Para el autor, no es preciso conseguir el visto bueno de cada ser
humano en la tierra para tener por legítima una prueba sino que basta con que un
grupo en específico lo haga, independientemente de que el mismo esté compuesto
por una persona o por toda la humanidad (2001: 397). Claro que no puede ser cualquier
grupo o clase. Deberá ser uno que tenga competencia específica en el tema de la
prueba en cuestión. Además de ello, existe otro prerrequisito indispensable: la
explícita adhesión a la racionalidad de aquel grupo que examina la prueba. De
otra manera, no habrá prueba ni proceso que satisfaga completamente las
posibles objeciones.
En último lugar, tenemos
la restricción ontológica, que presupone un cierto realismo filosófico, y que
tiene como objetivo que la estructura de la prueba y de la justificación esté
en armonía con la realidad. Dicho en pocas palabras: para esta restricción, la
justificación no sólo debe parecer
verdadera, debe ser verdadera. Y ello
quiere decir que debe haber necesariamente una correspondencia entre el mundo
fenoménico que se describe y su representación en una proposición cualquiera. Formalmente,
la restricción ontológica exige que las inferencias conserven la verdad, para lo cual se requiere, por un lado, de unas
premisas verdaderas y, por otro, de que el movimiento de éstas a la conclusión sea
legítimo, en el sentido de la tercera constricción, y válido, en el sentido de
lógicamente aceptable. Según Chateaubriand, esta es precisamente esta
constricción que hace de la prueba y de la justificación una noción
epistemológica y no meramente psicológica, puesto que no alcanza sólo con la
convicción, como sostiene el internalismo, sino que es imperativo que esa
convicción, además de tener las garantías formales de preservación de la
verdad, tenga un correlato con la realidad, tal y como postula el externalismo (2001:
397). Pero aunque esta restricción parece preeminentemente externalista,
Chateaubriand logra, no obstante, introducir en ella un matiz propio del
internalismo al decir lo siguiente:
“There must be a point to proof; and this point is
truth. However much one may want to qualify it, proof is not just a social, or
psychological, or formal game, but it is designed to reach truth. Not just to reach it,
but to reach it with understanding.
All the constraints on proof are subordinate to these aims.” (Énfasis en cursiva
del autor, énfasis en negrita mio) (2001: 340)
En efecto, la
restricción ontológica no pretende solamente el acuerdo proposicional entre
mente y mundo sino que requiere además que ésa verdad sea efectivamente comprendida, lo que supone no sólo realizar
un proceso subjetivo, esto es, psicológico sino también, y esencialmente, estar
al tanto de él. En efecto, con esta sub-restricción el autor está agregando a
la mera constatación de la verdad de una determinada premisa o teorema, la
exigencia de entender por qué ella es
como es, por qué es justamente verdadera.
Si se cumplen con estas
cuatro restricciones que enumeramos, entonces, podemos estar seguros, para
Chateaubriand, de la validez de la prueba o justificación. Más aún, para nuestro
autor, en ciertos casos en donde la justificación surja de una experiencia
directa (por ejemplo: la experiencia de ver una mesa) el cumplimiento de las
cuatro restricciones nos aporta, sin más y directamente, conocimiento. Por lo
tanto, en este punto del planteo de Chateaubriand, justificación, prueba y
conocimiento se vuelven sinónimos. (2001: 398)
- Conclusiones
En este
trabajo procuramos adentrarnos en el problema de la justificación del
conocimiento. Al comienzo, vimos la definición tradicional de la justificación
según la cual éste consiste en tener buenas razones para sostener una creencia,
lo que requiere que la misma haya sido formada correctamente. La crítica de
Gettier dejó al descubierto ciertas falencias en la concepción clásica del
conocimiento, visualizada como una creencia verdadera y justificada, al mostrar
que la justificación puede fallar, aún en el caso de que haya sido formada
correctamente y de que se haya contado con buenas razones para avalar la
creencia. Ello fue el disparador para revisar la definición del conocimiento y asimismo
replantearse el papel, el alcance y las posibles debilidades de la
justificación, incluso más allá de aquellas flaquezas señaladas por Gettier.
Para
enmarcar la discusión contemporánea, vimos las dos corrientes predominantes en
la justificación del conocimiento, como son el internalismo y el externalismo.
Dijimos que mientras que la primera corriente busca asegurarse que la creencia
haya sido formada correctamente en el nivel subjetivo, proveyendo para ello de
ciertas normas epistemológicas, la segunda intenta que el sujeto y el objeto
tengan una relación apropiada de manera de garantizar así la validez de la
justificación.
En la
estela de una reconsideración general de la noción de la justificación, en los
últimos años tomó fuerza la idea de que tanto el conocimiento como la
justificación deben ser vistos como una actividad de significación social, que
está sujeta por ello a ciertas exigencias sociales, como puede ser las
expectativas o el escrutinio de un grupo en particular. A ese respecto, vimos
los trabajos de Meeker, de Harman y Pollock, según los cuales del marco social
se pueden derivar ciertas obligaciones epistémicas. Finalmente, nos detuvimos
en la obra de Chateaubriand, quien ataca la idea de que el conocimiento es una
creencia, proponiendo en su lugar la noción, menos ambigua, de “creencia
teórica”. Sin embargo, lo más interesante del programa de Chateaubriand, en
relación con la justificación, lo aportan sus cuatro restricciones. Con
las mismas, el autor evita varios problemas: el aislacionismo internalista
típico del coherentismo, en una definición circular del conocimiento y de la
justificación y en la visión estrecha, profesada, entre otros, por Quine y su
proyecto de “epistemología naturalizada”, que concibe la justificación como un
proceso mecánico y causal en el que no interviene el entendimiento.
- Bibliografía
· Chateaubriand, Oswaldo. Logical Forms. Part I and II. Ed. Colecao Cle. Volume 42. 2005. Brasil.
· Kelley, David. Evidence and Justification. En: Reason Papers 16 (Fall 1991): 165-179. Accedido el 18 de febrero, 2013, desde http://www.reasonpapers.com/pdf/16/rp_16_8.pdf
· McDowell, John. Mente y Mundo. Ed. Sígueme, Salamanca.
2003.
· Meeker,
Kevin. Justification and the Social
Nature of Knowledge. En: Philosophy and Phenomenological Research. Vol. 69,
No. 1 (Jul., 2004), pp. 156-172.
· Peijenburg,
Jeanne; Atkinson, David. Justification
and the Regress Problem. En: Studia Logos: An International Journal for
Symbolic Logic. Vol. 89, No 3 (Aug., 2008). pp. 333-341.
· Pritchard,
Duncan. What is this Thing called
Knowledge? Ed. Routledge. New York. 2006.
- Stanford Encyclopedia of Philosophy. A Priori Justification and Knowledge. First published Sun Dec 9, 2007. Accedido el 18 de febrero, 2013, desde
http://plato.stanford.edu/entries/apriori/
· Turri, John. Is Knowledge Justified True Believe? En: Synthese. Accedido el 18 de febrero, 2013, desde:
john.turri.org/research/KJTB.pdf
· William,
Timothy. Knowledge as Evidence. En:
Mind, Vol. 106, 424. October 1997. Oxford University Press. 1997. Accedido el 8 de enero, 2013, desde: http://fitelson.org/epistemology/williamson.pdf
[1].- Es de aclarar que
cuando aquí hablamos de conocimiento nos referimos específicamente al conocimiento proposicional. Como es
sabido, este conocimiento se distingue de otros tipos de conocimiento, como el
llamado conocimiento del cómo (o know-how), porque apunta esencialmente a
describir hechos o relaciones de la realidad, sean éstos
factuales, como los que incumben a las ciencias naturales y sociales, o
ideales, tales como los que trata la lógica, la matemática y la física teórica.
En la medida en que es descriptivo, podemos decir que el conocimiento
proposicional es relacional, en tanto
se define por una relación que se establece entre un sujeto cognoscente y un
objeto cognoscible. Así, el esquema básico del conocimiento proposicional
consta, del lado del sujeto, de una proposición, esto es, de una sentencia que
asevera algo y, del lado del objeto, de los hechos (o el hecho) del mundo a los cuales ésa sentencia se refiere.
[2].- Esa
conceptualización arraigó fuertemente en la tradición epistemológica porque
además tenía la ventaja de ofrecer una definición no circular del conocimiento.
No obstante, a partir del problema de Gettier, algunos autores han defendido la
idea de una definición circular del conocimiento. Un ejemplo de ello es el
filósofo Timothy Williamson que, en un artículo titulado Knowledge as Evidence (1997), defiende la concepción circular de
que el conocimiento es equivalente a la evidencia y de que la evidencia es
equivalente al conocimiento (E = K). El autor escribe: “Suppose that knowledge, and only knowledge, justifies
belief. That is, in any possible situation in which S believes a proposition p, that belief is justified. […] Now
assume further that what justifies belief is evidence […] Then the supposition
just made is equivalent to the principle that knowledge, and only knowledge,
constitutes evidence […] Call this equation E
= K.” (Williamson: 719) “The
equation “knowledge = true belief X” need not have a non-circular solution –one
which specifies X without using the concept of knowledge […] Not all our
concepts can be broken down into more basic concepts, on pain of infinite
regress.” (Williamson: 719)
[3].- Algunos autores
argumentan que ya existe una crítica a la definición tradicional del
conocimiento en Wittgenstein y Russell.
[4].- El texto de
Gettier se puede encontrar en: http://rintintin.colorado.edu/~vancecd/phil1000/Gettier.pdf
[5].- El
planteamiento de Gettier, junto al de otros filósofos que posteriormente
plantearon problemas del mismo orden, tales como Chisholm, Skyms, Inchaurtieta,
Goldman y Chateubriand resultó convincente para buena parte de los
epistemólogos, que enseguida salieron a la búsqueda de una definición del
conocimiento que dejase afuera el efecto del azar y dejase afuera la distorsión
producida por las presunciones falsas. Así aparecieron una serie de trabajos,
por los años 70’, 80’ y 90’, los más destacables los de Unger, Lehrer,
Hetherington Chisholm, y Paxson, orientados a solucionar el llamado “problema
de Gettier”. De allí en más, y como expone Meeker, la
ecuación del conocimiento, pasó a ser la siguiente:
[6].-
Algunas de los “Gettier blockers” más conocidos son la No-False-Belief
Condition, la No-Defeaters Condition o el Causal Account of Knowledge. Por
otra parte, también contra Gettier, el filósofo Weatherson definió el
conocimiento la “Genuinely Undefeated Justified True Belief” (GUJTB). John
Turri, por su parte, exige que el conocimiento debe manifestar los poderes
intelectuales (intellectual powers).
[7].- Aunque, como
muestra Gettier, en un número reducido de casos, la definición tripartita del
conocimiento se muestra deficiente, ello no significa que se deba descartar la
definición tradicional. Como decía Wilfrid Sellars, “the explication of
knowledge as “justified true belief”, though it involves many pitfalls [is]
essentially sound.” (citado en Turri, 2013: 2)
[8].- Es cierto
que, por ejemplo, Timothy Williamson le ha dado un giro diametral a la cuestión
diciendo que, en realidad, es el conocimiento, entendido esencialmente como
evidencia, el que justifica la creencia y no al revés.
[9].- No hace falta
recordar además que el título de uno de los libros más influyentes de Descartes
se llamaba justamente Reglas para la
dirección de la mente (1628) en donde fórmula una serie de reglas lógicas
para arribar de forma segura a la verdad.
[10].- Para un buen
análisis de esta problemática ver: Peijnenburg, Jeanne; Atkinson David. Ver en
bibliografía Probabilistic Justification
and the Regress Problem. (2008).
[11].- Un ejemplo de
una defensa contemporánea del fundacionalismo à la Descartes, esto es, de
naturaleza apriorística, es la que emprendió el filósofo norteamericano
Laurence Bonjour en sus últimos trabajos como Defensa de la Pura Razón (1998) y Epistemología (2002) en los que plantea el de un justificación a
apriorística del conocimiento.
[12].- Entre los autores
críticos con el fundacionalismo están, entre otros, Sellars, Rorty y
Derrida,
[13].- Más allá de
esas dos posturas dentro del internalismo, es de recibo señalar que hay otros
abordajes de este problema. Uno de ellos es, por ejemplo, el David Kelley quien,
tomando la teoría objetivista del conocimiento de Ayn Rand’s, que postula la
preeminencia de la existencia, invoca a la percepción para fundamentar la
justificación y evitar caer así en el coherentismo. En el esquema
epistemológico de Kelley, la percepción es un encuentro sensorial e inmediato
con el mundo que, por ello mismo, es previo al juicio proposicional, siendo,
por lo tanto, a-conceptual y no-inferencial. Un camino similar recorre John
McDowell en su Mente y Mundo (1994) en el que argumenta que, a diferencia de lo
que mantienen Evans y Davidson, los dos extremos del espectro epistemológico,
nuestras creencias ni se justifican por otras creencias ni por ningún dado
empírico extra mental. En su visión, mente y mundo, creencias y realidad sensorial
no están aislados uno del otro, como si los separara un abismo. Existen entre
ellos una intersección, que se da en una percepción conceptual, y que sería
precisamente la que permitiría cimentar los juicios justificados sobre los que
se basa el conocimiento.
[14].- Extraído de:
http://www.iep.utm.edu/reliabil/
[15].-
“Our beliefs and opinions not only direct our search for evidence and
justification in various ways, but also make us blind to it in various ways.
The both contribute and detract from knowledge.” (2001: 358)
[16].- “Just as gut belief carries its own
justification, however, justification carries its own belief. The better the
justification, the stronger the belief: theoretical belief, of course.” (2001:
354)
[17].- Que sea teórico
quiere decir que este conocimiento aún no es conocimiento en el sentido
epistemológico del término. Para que fuera así, debería cumplir con la
constricción ontológica fundamental: a saber, la verdad.
[18].- Hay que decir que, en esa
decisión, pueden intervenir, según Chateaubriand, razones personales, tales
como el gusto o la experiencia individual.
[19].- Vale decir que el
valor de este planteamiento parsimonioso de Chateaubriand radica en que
combate, al mismo tiempo, dos conocidos “males” epistemológicos: el dogmatismo
intolerante y el escepticismo absoluto.
[20].-
En
este punto, el autor señalar que lo que se
entiende por “más allá de toda duda razonable” puede variar según el contexto,
la materia y, principalmente, el grado de convencimiento que busquen y expresen
los involucrados.
[21].- En efecto, Sellars también
distingue entre ser y parecer sólo que esa distinción se
refiere específicamente al contenido de verdad de una proposición. La misma se
encuentra en su famoso texto Empirism and
Philosophy of Mind (1956) en los apartados III y IV.
[22].-
Textualmente, el autor dice: “I will argue that in
this all justification is essentially like a proof.” (2001: 395)
[23].- “This is similar to supposing that because ordinary motions are not strictly continuous in the mathematical sense, they should not be represented mathematically as continuous motions.” (2001: 306)
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