Colombia versus Venezuela: puesta a punto y análisis


 
*Por Jonathan Arriola.


Al igual que sucede en cualquier ámbito en donde se desarrollan relaciones humanas, las Naciones tienden a tener más rispideces con sus compañeros de “barrio” que con aquellas con las cuales no tienen un intercambio asiduo. En la región norteña de nuestro continente, está sucediendo justamente eso. Pese a haber formado parte de un proyecto común, bajo la Gran Colombia, allá por principios del siglo XIX, una vez que surgieron los Estados emergieron también  los intereses nacionales; y, en función de los mismos, cada Nación actúa, desde entonces, teniendo en cuenta muy poco, o nada, lo que fue aquel basamento cultural y político común en el pasado.     

Desde hace 20 años, aproximadamente, las relaciones entre ambos países han venido teniendo fluctuaciones importantes y choques diplomáticos considerables. Desde intrusiones en el mar territorial hasta agresiones perpetradas por los miembros de la guerrilla colombiana, pasando por el pedido de asilo político para el ex presidente interino de Venezuela.  Muchos analistas coinciden en señalar, efectivamente, que nunca antes las relaciones entre ambos países se habían deteriorado tanto como en el presente. Podemos decir que ese desmejoramiento se ha precipitado aún más a partir de ciertos hechos puntuales suscitados en la historia reciente.

Primero, la frustración de los buenos oficios de Chávez en el canje humanitario con las FARC en 2007.  Luego, la intrusión de las fuerzas colombianas en territorio ecuatoriano tras perseguir a Raúl Reyes (comandante de las FARC); lo que terminó con su muerte pero con un enredo diplomático monstruoso con Ecuador, aunque también con Venezuela (recordemos que Chávez ordenó movilizar las tropas militares a la frontera con Colombia y amenazó con empezar una guerra a raíz del incidente). Y, por último, otros “aires de guerra” soplaron por el continente, cuando Colombia anunciara, hace unos meses atrás, ampliar un convenio militar con los EEUU mediante el cual las tropas norteamericanas tendrían acceso a siete bases militares colombianas. Frente a dicho anuncio, el gobierno venezolano salió al encontronazo al considerarse  directamente amenazando por ese acuerdo. Sin embargo, hace unos días el polémico acuerdo fue materializado en Bogotá. Pese a que todavía el convenio tiene que ser aprobado por los comités de asuntos internacionales de los congresos de cada país, es importante destacar que todo marcha sobre ruedas.

Sin embargo, ese hecho no será el único componente del enrarecido clima que se constata en la zona por estas horas: a él se les suman otros desafortunados incidentes que han tenido lugar estos últimos días.

Por un lado, Caracas acusó a Bogotá de haber infiltrado agentes “espías” colombianos en su país, en una acción conjunta con la CIA de EEUU, con el objetivo de obtener información militar y realizar actividades que pudieran “desestabilizar” al gobierno de Chávez. Lo que es peor, el gobierno venezolano afirmó que cuenta con un documento secreto del Departamento Administrativo de Seguridad de Colombia (DAS) que señala específicamente un plan de desestabilización de su país. Sorpresa suscitó semejante afirmación en el gobierno de Uribe sobre todo porque, de confirmarse que cuenta con dicho documento secreto, se estaría  admitiendo que Chávez posee acceso a una sección del gobierno de colombiano absolutamente restringida. Pese a ello, la respuesta colombiana no se hizo esperar. Colombia aseguraría que los “espías” capturados por Venezuela no son más que inventos del gobierno de este último país. Esas personas, alega Colombia, no son funcionarias del DAS; a uno de ellos se lo expulsó en 2005 y a otro le habrían tendido una trampa.

En las últimas horas, y para calentar el ambiente aún más, el DAS arrestó,  en la frontera con Venezuela, a un suboficial venezolano que, además de estar vestido de Guardia Venezolana, portaba un arma de fuego por lo que quedó a deposición del Departamento de Aduanas Nacionales de Colombia.

Por si lo anterior fuera poco, en las pasadas horas las autoridades venezolanas “confirmaron” que los nueves colombianos que fueran asesinados, en territorio venezolano, hace unas semanas atrás, eran supuestamente “paramilitares” que se estaban entrenando, en otro intento, para “desestabilizar” a Venezuela (valga aclarar que los “maniceros”, como se conocía a estos hombres que se dedicaban a la venta de maní en la zona, fueron secuestrados en Tachira, estado limítrofe con Colombia, mientras jugaban un partido de fútbol) Sin embargo, el secretario de la gobernación del estado de Tachira, Leomagno Flores, opositor de Chávez, tendría otra versión de los hechos. Éste culparía de la masacre al Ejército de Liberación Nacional colombiano que, según asegura, opera asiduamente en la frontera con Venezuela. El gobernador de ese estado, por su parte, ha acusado al Ejército venezolano de ser sumamente pasivo en la zona. Sin embargo, hay quienes aseguran que el asesinato podría haber sido perpetrado por un grupo chavista que busca inquietar a los estados opositores.

A esta carnicería, se le agrega la muerte de otros 6 colombianos, hallados en territorio venezolano, a los que las autoridades de Venezuela no han dado respuesta alguna.

“Parece”, “se” dice, “se” especula con la posibilidad de…”; la verdad parece perderse en un conjunto marañoso de interpretaciones acomodadas e interesadas.  Algo es seguro: mientras la rigurosidad científica y la convicción de justicia están ausentes todo sonará muy turbio.

Mientras que algunos ya hablan de una virtual “guerra fría” entre ambos países, otros afirman que el teatro montado alrededor de estos hechos, a saber, el intercambio verbal, nada amistoso, entre los mandatarios y los gobiernos, las acusaciones mutuas y la exacerbación de los ánimos, no son más que una cortina de humo para distraer la atención de los problemas domésticos (sobre todo Chávez quien está experimentando una caída de popularidad, además de  los serios problemas eléctricos y de abastecimiento de agua por los que está atravesando Venezuela) y, por el contrario, enfocarla en el enemigo: el país vecino o, mejor dicho, el gobierno y/o mandatario del pueblo vecino. Esta última salvedad, no es arbitraria sino intencional. En efecto, cualquiera que repase las relaciones bilaterales de los últimos años advertirá que las mismas se destacan por versar más sobre los humores, gestos y cruces de los presidentes que sobre un diálogo institucional estable. Por supuesto que ello es más evidente en la conducción y locución del presidente Chávez. Pero no por ello deja de ser cierto que Uribe, sea porque su adversario lo obliga o sea porque comparte, junto con aquél, una natural propensión por lo mediático, es también un personaje de gran exposición y con una muy buena llegada al “público”.

Ambos se caracterizan por tener personalidad fuerte, por gozar de una popularidad muy alta en sus respectivos países, por tener una estrecha vinculación con las fuerzas armadas y, entre otros, por venir de una fuerte tradición presidencialista. Como sus figuras tienen una gran predominancia, aún para la conducción de las relaciones externas, no es casual que, como dijimos, el intercambio con el país vecino se haya cimentado más sobre la “diplomacia presidencial” que sobre el diálogo entre cancillerías. Es más, si prestamos atención veremos que muchos de los mensajes que se envían las naciones parten de un mandatario y están dirigidos específicamente al otro mandatario.

Frases como ''Mientras el presidente Uribe sea presidente de Colombia yo no tendré ningún tipo de relación ni con él ni con el gobierno de Colombia"[1],Ya no confío en Uribe”, “Uribe es un peón del imperio” y, del otro lado, “Usted, basado en su presupuesto, quiere montar un imperio"[2], “Si usted está fomentando un proyecto expansionista en el continente, en Colombia, ese proyecto no tiene entrada.”, “Usted, con sus insultos y su falta de argumentos, hiere la dignidad del propio pueblo de Venezuela” son sólo unas poquísimas muestras de cómo se van manejando los vínculos con la nación vecina. Y, si buscamos un poco más, podemos encontrar, en los dichos del presidente Chávez, hasta una tónica telenovelesca-pasional: "Un presidente que es capaz de mentir descaradamente, de irrespetar a otro presidente a quien ha llamado su amigo, a quien ha llamado para que le ayude; bueno, si eso me la hace a mí como será con el pobre pueblo colombiano, me imagino, me lo imagino." Claro que, al compás de la amistad, de la intriga y del engaño las relaciones van oscilando y, mal que les pese a los “pueblos”, aquellas, en tanto las represalias comerciales afectan a los ciudadanos comunes, influyen directamente sobre su calidad de vida.  

Dependerá, de aquí en más, que ambos, en este momento de tensión, dejen de lado la diplomacia presidencial y, por el contrario, permitan operar la política exterior de cancillerías. Claro que no es algo de fácil concreción, más conociendo el estilo chavista, pero como siempre es mejor estar en paz con el vecino, sobre todo cuando se tienen problemas que afectan a ambos (como las FARC) quizás se apele al buen gusto y se comience a recomponer la relación.   

*Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
Depto. de Estudios Internacionales
 FACS - ORT Uruguay

Publicado en la Revista digital LETRAS INTERNACIONALES
Año 3 - Número 84/ Jueves 05 de noviembre de 2009
Montevideo - Uruguay


[1].- extraído de http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/latin_america/newsid_7117000/7117915.stm
[2] .- http://newsforums.bbc.co.uk/ws/thread.jspa?forumID=4752

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