Sobre el Nacionalismo Chino: Breve Historia de su Construcción Contemporánea



*Por Jonathan Arriola

Con prácticamente la misma superficie territorial que Europa, con más del doble de población que el Viejo Continente y una historia caracterizada por ser tan profunda como rica (con más de 3500 años de antigüedad, si no más), la civilización china se consagra como un universo cultural, económico, político,  social y hasta filosófico completamente distinto al que estamos acostumbrados en Occidente. Ese “micro-cosmos” civilizatorio que constituye la sociedad china, está confeccionado por numerosísimos retazos culturales, étnicos, lingüísticos, religiosos, etc. que desafían la homogeneidad necesaria para erigir un Estado- Nación; uniformidad que, como veremos, fue pretendida largamente por varios gobiernos chinos a lo largo de su historia. Si bien es cierto que la mayoría de la población (un 92% aproximadamente) pertenece a la etnia Han, es de destacar que el restante 8% (nada más ni nada menos que unas 120 millones de personas) tiene una importancia considerable, dada tanto por su plural composición (hay 56 grupos étnicos) como por su dispersión en el territorio chino (se encuentra en un 60% de éste).

La voluntad por acaparar esa pluralidad bajo una gran nación china es otro de los propósitos manifiestos de la presente dictadura; como dijimos, dicha pretensión, sin embargo,  no es nueva. Más bien, toda la literatura con respecto al tema coincide en señalar que los sueños por concretar una única nacionalidad comienzan a vislumbrarse insípidamente luego de la Guerras del Opio (iniciadas en 1840) que terminaron con dos derrotas chinas a manos de las escuadras inglesas y francesas. A estas guerras se le sumó la adquisición (en 1847), por parte de Gran Bretaña, de Hong Kong, enclave británico en la China continental que perduraría hasta nuestros días. Al imperialismo occidental se le agregarían, tiempo después (para 1894), los arrestos expansionistas japoneses. Éstos se plasmarían en la guerra sino-japonesa, en donde el Japón le demostraría al mundo su poderío tras la revolución Mejí derrotando a una débil China que, luego de firmar el Tratado de Shimonoseki, le cedería al primero la isla de Formosa (Taiwán), las islas Pescadores y la península de Liaodong.

La merma del poder chino, la seria limitación de su soberanía -que últimamente parecía pendular entre intereses de potencias extranjeras- y la humillación que significase dichos enfrentamientos ante la comunidad internacional, confluyeron, como suele suceder en la mayoría de los casos, en la creación de un sentimiento anti-occidental y anti-japonés. Éstos devendrían luego,  y como producto de la expansión de las ideas occidentales sobre la “nación”, en un sentimiento nacionalista; nacionalismo que, podemos decir, nació en principio como producto de las continuas amenazas y vejaciones exteriores. Uno de los primeros hechos nacionalistas que podemos constatar se produjo en 1900 con la revolución Boxer, un levantamiento nacionalista que buscó expulsar a todos los extranjeros y a los chinos cristianos de China. Su punto más álgido ocurrió en Pekín, en donde los Yihetuan (los revolucionarios) arremetieron contra los extranjeros instalados en la actual capital china. Rápidamente los franceses, británicos, rusos, alemanes y estadounidenses, italianos, austro-húngaros y japoneses, configurando la “Alianza de las ocho naciones”, enviaron tropas para contrarrestar el ataque; China otra vez perdería ante la explotación extranjera.
 
Previamente, el nacionalismo chino comenzaba a mirar, para finales del siglo XVIII, para dentro de fronteras. Es así que se gestaría el malestar para con la dinastía Qing (gobierno chino, hasta ese momento); dinastía implementada por los manchúes, hoy minoría étnica en China, en el siglo XVII. Por oposición a los manchúes, tildados de “bárbaros” y de corruptos, la definición de lo propiamente “chino” sufriría una transformación: se restringiría solamente a lo Han, nuevo sinónimo de lo civilizado. Esta misma actitud llevaría a considerar a los manchúes como un elemento foráneo a la nación china. Inflamado por estas ideas, animado por la instalación, al estilo Occidental, de una República (demandada por los sectores más populares del país)  y tras el fracaso del movimiento Reformista, Sun Yat-sen comandó la “Revolución Xinhai”, la cual derrocaría a la dinastía Qing y la sustituiría por una efímera República China. Inmediatamente luego de instalada la República, el concepto de lo que puede ser identificable como “chino” mutó nuevamente. Inversamente a lo que ocurrió antes de la revolución, lo “chino” se ensancharía para albergar en él a los diversos grupos minoritarios (incluyendo los manchúes). Esa ampliación tuvo lugar seguramente porque la acotación del término chino a lo Han hubiera devenido en un nuevo conflicto generalizado que hubiese puesto en peligro la reunificación nacional, la unidad y cohesión interna del país. Durante el período en que duró la República de China, el poder del Estado iría consolidándose, aunque muy lentamente. Asimismo es durante este período que se labraría el concepto de “Zhonghua minzu” (noción que hasta hoy en día es invocada por el gobierno chino) y que recoge la idea de una nacionalidad sumamente inclusiva, y que perseguía la unión de las “Cinco nacionalidades” (han, manchúes, mongoles, hui, y tibetanos).

La Gran Guerra cambiaría el curso de las cosas. Pese a que China formó parte  del bando ganador, el Tratado de Versalles supuso condiciones desfavorables. Entre ellas la transferencia de territorios al Japón en Manchuria. Con lo cual, otra vez, el pueblo chino sentiría que se le impusieron, desde el exterior, condiciones humillantes. Así detonarían las protestas estudiantiles reclamando la no ratificación del Tratado. Es por ese entonces cuando se produce la germinación del Partido Comunista Chino (PCC), de corte claramente nacionalista. Y es que muchos de los estudiantes que participaron en los disturbios contra el Tratado de Versalles confluyeron en sentar las bases, en 1921, del Partido Comunista. De esta manera, el nacionalismo se fusiona con el planteo comunista, siendo el primero la propulsión primigenia y un componente distintivo del PCC. Como señala Lui Kang (profesor de Cultura China en Duke University) “The current Chinese communist government is more a product of nationalism than a product of ideology like Marxism and Communism”. El corolario del nacionalismo chino se consolidaría definitivamente con la Segunda Guerra Mundial y con las catastróficas arremetidas japonesas en territorio chino, y su ocupación desde el 1931 al 1945. 

Canalizando los resentimientos históricos, recogiendo los malestares del gran campesinado y haciéndose eco, en general, de todos los descontentos acumulados durante siglos, el Partido Comunista se haría con el gobierno para 1949, luego de la hazañosa y memorable “Larga Marcha”. Siendo consecuente con su matriz nacionalista, el Partido Comunista replantearía, desde la práctica gubernamental, el nacionalismo chino, poniendo el acento, sobre todo, en la centralización del poder de la nueva nación China. Para ello, dicho Estado-Partido, prensaría la multiculturalidad existente en el territorio chino y adoptaría una postura de negación de la multinacionalidad de la civilización china, trabajando, por el contrario, el ya señalado concepto de “Zhonghua minzu”. Esa ambición por generar una nacionalidad ampliada sería plasmada durante la famosa Revolución Cultural cuando, en nombre del “progreso” y de la homogeneización cultural, los diversos grupos minoritarios se vieron atacados por el gobierno en sus costumbres tradicionales, en la utilización de su lenguaje, en sus creencias religiosas, etc. siendo sometidos, posteriormente, a una “reeducación” más acorde con el ideal maoísta. La modernización estaba teniendo lugar, y en su paso debía eliminar todo lo “antiguo,” sean ideas, costumbres, hábitos o culturas enteras.

Durante esa etapa reciente de la historia de la China moderna, es cuando se comenzó a forjar el Estado-Nación propiamente dicho. Es un proceso que hasta el día de hoy continúa en marcha, y no es posible comprender cabalmente el comportamiento del actual PCC si no logramos atender la dimensión histórica  que la construcción de tal anhelado Estado-Nación chino le significa al gobierno comunista. Hoy en día, el PCC se encuentra correspondiendo aquel profundo legado histórico; herencia que claramente marca el compás de cada uno de sus movimientos.  Si observamos los hechos que se suceden en el interior de China a través de esta lupa nos percataremos de que cada golpe que da el gobierno se potencia por ese peso histórico. De ahí la desproporcionalidad de las respuestas para con los movimientos autonomistas; de ahí la mano dura con Taiwán. Y es que ceder en Taiwán, concederle la autonomía a los tibetanos, ser flexibles con los disturbios en la provincia musulmanas de Xinjiang en el norte o dar el brazo a torcer a cualquier tipo de afán secesionista, no representaría solamente una pérdida de territorio, de recursos económicos y de capital humano. Sería muchísimo más que eso: significaría la renuncia expresa a la construcción de la “gran China”; simbolizaría la frustración de albergar a todos los grupos bajo una misma bandera y representaría el fin de un sueño largamente alimentado, de una quimera motivadora pero, tal vez, y desde siempre, irrealizable.

*Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
Depto. de Estudios Internacionales
 FACS - ORT Uruguay

Publicado en la Revista digital LETRAS INTERNACIONALES
Año 3 - Número 69/Jueves 23 de julio de 2009
Montevideo - Uruguay

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